Memoria y función utópica como claves de interpretación en los estudios sociales1

Memory and utopian function as interpretation keys in social studies

 

Fecha de recepción: 16 de noviembre de 2020 / Fecha de aprobación: 7 de diciembre de 2020

 

Araceli Mondragón González2

 

Resumen

La construcción del tiempo social es uno de los aspectos fundamentales en la investigación sociológica, sin embargo este aspecto es generalmente obviado o pasado por alto como si se tratara de un marco fijo o una coordenada establecida a priori, como si éste no constituyera, por sí mismo, un aspecto esencial en los procesos sociales. Lo que intento mostrar en este texto es de que no sólo se trata de un elemento constitutivo en la configuración del orden simbólico y cultural de las sociedades; sino que también la temporalidad interviene en las formas de reproducción material y en todos los niveles de la vida social. Aún más, se trata, de un terreno en disputa, en la medida en que las formas de recordar y construir memora colectiva; así como de anticipar proyectos de futuro y utopías, producen discursos y praxis que, o bien mantienen y reproducen, o bien resisten, transforman o rompen el status quo. Así, me propongo mostrar la riqueza epistémica y heurística de las categorías ‘memoria colectiva’ y ‘función utópica’ para interpretar y explicar el sentido de la acción colectiva y el cambio social.

Palabras clave: Memoria, utopía, tiempo social.

 

 

Abstract

The construction of social time is a ground of sociological research, however this aspect is generally overlooked or ignored as if it were a fixed frame established a priori, as if it did not constitute, by itself, an essential issue in social processes. I try to show that it is not only a constitutive element in the configuration of the symbolic and cultural order of societies; but it is also an essential aspect that also impacts the material reproduction of social life. Even more, it is a matter of a disputed terrain, insofar the ways of remembering and building collective memory and also the way of anticipating future projects and build utopias, both of them produce discourses and praxis that either maintain and reproduce the status quo, or they resist, transform or break it. Thus, I propose to explore the epistemic and heuristic richness of the categories “collective memory” and “utopian function” to interpret and explain the meaning of collective action and social change.

Keywords: Memory, utopia, social time.

 

Introducción: asincronías y conciencia anticipadora en el tiempo social.

La construcción del tiempo social es un elemento fundamental en muchas de las dimensiones de la vida humana: en la religión, en la producción económica, en la reproducción cultural de la vida, en las formas y las relaciones de poder, en fin, en las coordenadas de construcción simbólica de una comunidad. No obstante, hay una tendencia dominante a presentar las nociones de tiempo y espacio como presupuestos a priori, que sólo enmarcan o permiten ubicar o periodizar los movimientos y acciones sociales. Este punto de vista no ubica al tiempo y el espacio como un elemento dinámico de la propia vida social, sino como simples externalidades, ya sean éstas de carácter objetivo o subjetivo.

Así, encontraremos que aún en posiciones antagónicas del tiempo, como un objetivismo (por ejemplo, el newtoniano) frente a un subjetivismo (como el kantiano), esta dimensión se presenta, como bien nos señala Norbert Elias: “como un dato natural, aunque en uno de ellos se le considera “objetivo”, existente con independencia del hombre, y el otro como una simple representación “subjetiva” arraigada en la naturaleza humana”. (Elias, 2010,30)

A contracorriente de este punto de vista, lo que aquí me propongo es ubicar la temporalidad3 como un elemento que es, al mismo tiempo, producto y productor, vinculado y vinculante, respecto a los procesos y las relaciones sociales. Aún más, se trata de un entramado complejo que es incluso elemento de disputa entre grupos y clases sociales.

Así, tanto los procesos de institucionalización y dominación, como los de cambio y resistencia, implican formas de recordar, de anhelar y esperar, en fin, formas de construir temporalidades que influyen de manera fundamental en las acciones sociales. Postulamos así, que en las acciones y los movimientos sociales confluyen distintas formas, tanto objetivas (documentos, construcciones, espacios) como subjetivas (memoria, anhelos, nostalgias, expectativas) y, por supuesto, simbólicas4 del pasado, del presente y del futuro. Más aún, podemos decir que en esta confluencia temporal nos encontraremos con la disputa de varias versiones de distintos tiempos: diversas formas de recordar, de dar sentido al presente y de proyectar al futuro.

Como veremos, hay una importancia política central en la capacidad de construir y refuncionalizar la temporalidad para construir consenso y hegemonía, ya sea con fines de dominación o de cambio y resistencia.

De acuerdo con lo anterior, es preciso partir de un giro epistemológico en la concepción del tiempo social y ahí donde tradicionalmente pensamos una diacronía que nos hace imaginar una línea o flecha del tiempo, donde ubicamos la sucesión pasado-presente-futuro, es necesario hacer un “quiebre” que nos permita ubicar la temporalidad y el mundo, ya no como cosas o coordenadas, completas, cerradas o acabadas; sino como procesos complejos, abiertos e interconectados donde aparecen contradicciones no sólo sociales, sino también temporales. Con este fin, echamos mano de la arquitectura epistemológica del sistema blochiano para retomar algunas categorías y conceptos temporales que nos permitirán redimensionar el papel de la memoria y las utopías como articuladoras y como energías o fuerzas potenciales de los movimientos sociales.

Las dos categorías de análisis ligadas a la memoria y a la función utópica son aquellas a las que Ernst Bloch llama «asincronía» [Ungleichzeitigkeit], por una parte; y a la conciencia anticipadora, por la otra. La primera tiene un vínculo fundamental con el pasado en diálogo con el presente y, eventualmente, tiene posibilidades de reconfigurarse políticamente como discurso revolucionario y proyectarse al futuro. Aunque también puede refuncionalizarse de manera conservadora y jugar un papel de regresión o restauración de un viejo orden. Así, las asincronías se presentan como un tiempo discontinuo, de no-contemporaneidad o de acontemporaneidad y explican cómo en una formación social específica se conservan reminiscencias de formas sociales anteriores, una suerte de “sedimentos”, tanto en los afectos como en la conciencia, que expresan nostalgias por el pasado. Bloch utiliza este concepto en su libro Herencia de esta época (Bloch, 2019) para explicar la articulación de un discurso y una forma política que crearon una especie de imaginario colectivo5 a partir de un uso ideológico y emotivo de la herencia cultural alemana. Esta refuncionalización de la herencia cultural fue uno de los factores fundamentales que hicieron posible el ascenso de los nazis al poder.

El argumento central de Bloch nos lleva a plantear que hay un uso dialéctico de la herencia cultural en la construcción de la memoria. Así por ejemplo, en el caso del romanticismo, hay elementos que podemos caracterizar como “arcaicos” que se vuelcan en la nostalgia por el pasado, pero hay también rasgos de crítica, de resistencia y oposición a la modernidad capitalista, que pueden representar un “salto” o “proyección utópica” como alternativa al futuro. Desde la perspectiva blochiana, esta herencia con contenidos incluso revolucionarios, fue aprovechada por los nazis ante la incapacidad de la izquierda alemana que no se supo identificar con los anhelos del pueblo.

Así que ni las asincronías ni la memoria, en su vínculo privilegiado con el pasado, implican per se una regresión. Lo que aparece aquí son elementos asincrónicos, en parte inauténticos (caducos), pero por otra parte “reales”, “auténticos”, que constituyen una verdadera protesta contra la miseria real y que deben ser asumidos. (Serra, 1998, 81)

En el mismo sentido apunta Baczko cuando señala:

Sólo en lo abstracto se oponen memoria y esperanzas colectivas; en la realidad histórica casi siempre una complementa la otra […] Solamente en los esquemas simplistas la utopía aparece como “subversiva” y la memoria colectiva como “conservadora”; las realidades históricas demuestran ser mucho más ricas y complejas. (Baczko, 1999, 9)

Es preciso señalar también, que estas asincronías, discurren tanto en el terreno de lo objetivo, como de lo subjetivo. Este es un aspecto de suma importancias y el propio Bloch pone énfasis en que no está planteando solamente el desfase entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción (principal contradicción del capitalismo); no se trata sólo de la dimensión económica o material objetiva o, por así decirlo, de la dimensión social-estructural. Se trata también de la dimensión subjetiva, no sólo en la conciencia de los sujetos (como bien había planteado Lukács); sino también en los afectos, en la dimensión emotiva.

En este sentido, Juan Manuel Cabado, nos señala: “Según Bloch, en una formación social específica persisten restos de modos de producción anteriores. Del mismo modo, en determinadas clases sociales perviven restos de conciencia de sociedades precapitalistas.” (Cabado, 2007) Me parece que esta recuperación, tanto de la dimensión objetiva, como de la subjetiva, no sólo en la conciencia, sino en el terreno de las emociones y los afectos, resulta muy útil para explicar la dinámica contradictoria pero también complementaria entre revolución y tradición que atraviesa tantos procesos sociopolíticos latinoamericanos.

Por otra parte, nos encontramos con la categoría blochiana de la conciencia anticipadora, como premisa de la función utópica (utopía activa). De manera análoga a cómo las asincronías conectan la temporalidad con el pasado; la conciencia anticipadora vincula al pasado y al presente para volcarse al futuro, cuando se logra “hacer consciente lo todavía-no-consciente”, recuperar el “excedente utópico” y permitir que surja o, al menos se intuya, lo nuevo:

La chispa de la inspiración se encuentra en la coincidencia de una disposición específicamente genial, es decir, creadora, con la disposición de una época para suministrar el contenido específicamente maduro para la expresión, confirmación y realización. Para que este novum pueda salir de la mera incubación y hacerse repentinamente lúcido tienen, pues, que estar prestas las condiciones, no sólo subjetivas, sino también objetivas, para la expresión de un novum. Y estas condiciones son siempre de índole progresiva económico-social. (Bloch, 2004, 158)

Así como en el caso de las reminiscencias del pasado, Bloch nos convoca a no dejar de lado el carácter subjetivo consciente y afectivo del futuro en su relación con las condiciones materiales y objetivas. En el caso de la conciencia anticipadora, nuestro autor insiste en no quedarse en la dimensión puramente emotiva de los impulsos, de los anhelos y los afectos,6 que en el caso del futuro aún-no advenido, es lo más evidente, sino tomar en cuenta la relación con las condiciones materiales y objetivas de las que se puede echar mano. La diferencia entre las utopías abstractas (que sólo se quedan en el anhelo y, muy peligrosamente, en el conformismo) y las utopías concretas, es precisamente, la capacidad de estas últimas de vincular las esperanzas y anhelos a las condiciones objetivas de carácter social-estructural.

Y, es que en contraste con los vestigios objetivos de las asincronías, el carácter subjetivo, sobre todo afectivo de las utopías no es menor, ya que la esperanza misma es el afecto,7 motor del cambio social y, a juicio de Bloch:

El afecto de espera más importante, el afecto del anhelo, y, por tanto del yo es, sin embargo, y sigue siendo la esperanza […] este anti-afecto de la espera frente al miedo y el temor, es por eso, el más humano de todos los movimientos del ánimo y sólo accesible a los seres humanos, y está a la vez referido al más amplio y al más lúcido de los horizontes. La esperanza se corresponde a aquel apetito en el ánimo que el sujeto no sólo no posee, sino en el que él consiste esencialmente, como ser insatisfecho. (Bloch, 2004, 158)

Y es justo en la capacidad de articular deseos y anhelos con condiciones objetivas reales de donde deriva, como veremos más adelante, la posibilidad de la función utópica, de la dimensión de la praxis que hace posibles la acción colectiva y los movimientos sociales.

Hasta ahora, hemos puesto sobre la mesa elementos que nos permiten repensar el tiempo social y vislumbrar cómo tanto utopías como asincronías, pueden ser refuncionalizadas y utilizadas social y políticamente, ya sea para generar cambios, resistencias y revoluciones, o bien para estructurar discursos conservadores que legitiman formas de alienación y dominación.

En el nivel histórico concreto, las asincronías permiten la construcción de la memoria, en tanto, la conciencia anticipadora deviene función utópica.

 

La memoria colectiva, entre dominación y resistencia

Cuando se piensa sobre la memoria colectiva, algunos autores recurren a la distinción de la filosofía clásica entre mnḗmē, recuerdo (con una connotación pasiva) y anamnēsis, memoria, (con una connotación activa). (Ricoeur, 2008) O bien, al carácter “selectivo” de la memoria (ya sea por necesidad o por imposición), entre la memoria como preservación (conservación) o la memoria como supresión (olvido). (Todorov, 2013)

Estas precisiones resultan interesantes, en la medida en que nos pueden servir como herramientas para establecer diferencias generales en las formas en que se estructura la memoria dentro de ciertos procesos sociales; sin embargo, nos ubican en un nivel de análisis aún muy abstracto, respecto al complejo entramado de relaciones histórico-concretas en el que se configura la memoria colectiva. Me parece que la perspectiva se enriquecería si nos ubicamos en el marco de la construcción del tiempo social que tratamos en el primer apartado. Así, sería importante distinguir por ejemplo si en los casos de la transmisión cultural “automática” o pasiva de la mnḗmē, ésta corresponde al manejo de la ideología del status quo o bien es parte de la tradición de una comunidad en resistencia -por ejemplo alguna comunidad indígena o un colectivo subalterno-, y cómo éstas, a su vez, reproducen formas de poder, dominación, resistencia o rebelión (por ejemplo, en un colectivo se puede dar una relación de resistencia hacia el exterior y una dinámica de dominación entre grupos o géneros el interior). De igual manera, la condición activa de la anamnēsis, la podemos ubicar tanto en discursos hegemónicos como contra-hegemónicos.

Lo mismo pasa con el olvido, que puede ser una amnesia impuesta por un esquema de dominación o una estrategia ante un proceso social traumático8 (una guerra, una masacre o una migración forzada), en el que sin omisión no hay posibilidad de restablecer los lazos sociales. Aquí reiteramos nuestro punto de partida de que es imprescindible trascender la perspectiva del tiempo social, en este caso la memoria, como si se tratara de un ente o una cosa. En este sentido, me parece pertinente la observación de Montesperelli: (2004, 141)

La memoria como esta interacción de conservación y olvido es por sí misma materia de interpretación, en la medida en que ambas son objeto de significación. Es por esto que también la sociedad crea “prótesis”, ya sea de manera vertical para instituir la memoria dominante, ya sea como estrategia de organización o memoria subalterna para potenciar las capacidades mnemónicas de los sujetos.

Nos encontramos así, que la configuración de la temporalidad vinculada con el pasado está ligada tanto a dimensiones emotivas y psicosociales, como a condiciones objetivas estructurales y, ambas, convergen en la dimensión simbólica y en el lenguaje que permite la institucionalización de un orden socio-político; pero que eventualmente pueden también cuestionarlo. Por otra parte, esta dimensión de la temporalidad que se articula como memorias, permite también crear identidades colectivas y establecer diferencias entre clases, etnias, géneros e identidades de grupo.

Así, la memoria puede ser una suerte de “detonador” o, por el contrario, de “contención” social que, en tiempos de crisis y transición, se inclina o bien a la conservación de un orden o al cambio. En la medida en que hay un vínculo casi indisoluble entre la memoria como una forma de recuperar algo del pasado para traerlo al presente y la utilidad que esto pueda tener en la actualidad, la memoria se convierte en elemento fundamental de las relaciones políticas, de los procesos de institucionalización, de legitimación y hegemonía y tendrá también una gran importancia en la articulación y organización de resistencias y eventuales rebeliones.

En el caso de los movimientos sociales, la dimensión más significativa de la memoria es aquella que les permite emerger y consolidarse en una posición antagónica respecto a ciertas formas de dominación. Tal como hemos visto, las asincronías nos permiten articular la memoria, ya sea como una forma de legitimar un orden o de organizar resistencia y rebelión (contra-hegemonía). Un ejemplo ilustrativo de esta función de la memora lo encontramos en el libro de Barrington Moore, donde nos explica cómo operan los mecanismos psicológicos y sociológicos que detonan el sentimiento de justicia o injusticia a través de relaciones de dominación/consenso, de aceptación o rechazo de actos de justicia o humillación, de acuerdo a la configuración histórica de reglas sociales, de ordenamientos institucionales, de necesidades sociales e imperativos morales. (Moore, 1989).

El sentimiento de injusticia fija sus límites en reglas morales que se subjetivan en la conciencia colectiva en costumbres, tradiciones e identidades que se configuran culturalmente a través de la memoria. Ésta es así, esencial en la reproducción y la permanencia o, eventualmente, en la transformación de estos límites de aceptación o rechazo de formas de dominación y en la articulación de resistencia, así como en la construcción de identidades. Más aún, la memoria, a través del lenguaje, es uno de los primeros vínculos sociales que permiten la construcción de la subjetividad.9

Por otra parte, la memoria, en su vínculo con el lenguaje, configura también el universo simbólico que da al sujeto acceso a un universo de sentido: lo sujeta a un significado y sentido de su propia existencia para, luego, poder ser sujeto o agente de acción. En este sentido la temporalidad no sólo se establece socialmente, sino que es un elemento esencial que funda la propia sociabilidad. Es por esto que esta dimensión, no sólo política, sino ontológica de la memoria reconfigura constantemente su vínculo con el pasado, incluso en dimensión ética intersubjetiva e intergeneracional, muy cercana a la manera como lo explicaba Walter Benjamin, como una manera de saldar una deuda con un pasado, negado, pero todavía no concluso y, por lo tanto, también con expectativas de redención en el futuro. Es por esto que nos plantea este autor, se trata de una especie de diálogo o de tra-dicción, de diálogo “vivo” entre pasado y presente, fundamental en la configuración del universo de sentido y de construcción de identidad y subjetividad. Sin una comunicación intergeneracional no sabríamos de dónde venimos, de quién somos hijos, no habría herencia que diera sentido a una identidad cultural. Y, tanto en lo social como en el nivel psíquico individual, la orfandad simbólica implica la carencia o la ausencia de sentido, el caos y la psicosis.10

 

La función utópica como dimensión práxica de la acción social

Así como las asincronías se convierten en memoria en el nivel histórico-concreto de las relaciones sociales, la conciencia anticipadora deviene función utópica o posibilidad de praxis en la disputa por el futuro entre distintas clases y grupos sociales y configura las formas específicas de la acción colectiva y los movimientos sociales.

La función utópica corresponde al momento en que convergen impulsos, anhelos, deseos y acción consciente-sabida,11 que trasciende la dimensión puramente subjetiva y toma en cuenta las condiciones histórico-concretas para actuar a favor de un proyecto. No se trata de pura ensoñación utópico-abstracta, sino del proyecto utópico concreto que sintetiza afecto y conciencia, nos señala Bloch:

La función utópica es la esperanza en acto, el optimismo militante, clarificado conscientemente y explicitado escientemente. La función utópica positiva; el contenido utópico de la esperanza, representado primeramente en imágenes, indagado enciclopédicamente en juicios reales, es la cultura humana referida a su horizonte utópico concreto. En este conocimiento labora, como afecto de la espera en la ratio y como ratio en el afecto de la espera, el complejo docta spes.12 (Bloch, 2004,184)

Es así que la esperanza inteligente o inteligida, es la conexión de este afecto fundamental en los seres humanos que los impulsa a buscar algo mejor, pero no como puro impulso o puro deseo, sino también como conciencia de las posibilidades y potencialidades concretas y objetivas con las que cuenta la sociedad:

“Es aquí donde el factor subjetivo –la energía que surge del rasgo desiderativo y volitivo-, ha llegado a mediación con el factor objetivo de la tendencia social, de lo posible-real. La actividad de la crítica individual se convirtió así en aquel «más» que prosigue, encauza y humaniza el iniciado camino del mundo, su «sueño de la cosa», para decirlo con palabras de Marx.” (Bloch, 2004, 185)

Es muy importante señalar que esta propuesta blochiana no plantea una cosificación del tiempo en un sentido determinista, es, antes bien, una propuesta heurística abierta a la posibilidad y al carácter procesual, no sólo de los hechos sociales, sino de la totalidad del mundo, es por esto que se considera que Bloch pasa de la formulación filosófica clásica de la posibilidad de la ontología – de las posibilidades que se circunscriben a las condiciones ya dadas-, a una ontología de la posibilidad – las posibilidades que desbordan lo ya determinado y que amplían lo posible más allá de lo ya dado, del “mundo a la mano” hacia lo aún-no-realizado, pero posible y potencial en la medida de la factibilidad de transformación de la realidad inmediata.

La función utópica es, por así decirlo, el núcleo racional de las utopías, su (si cabe decirlo así), contenido de realidad ontológico; es el indicio de que cada presente está preñado de futuro (como sostuvo Leibniz), de que en cada situación histórica están contenidas, concretamente presentes, las posibilidades y tendencias para un nivel de desarrollo mejor y más rico. Por ello, provee un título para el hecho de que dirijamos nuestras acciones sobre un todavía-no-real y nos orientamos hacia una meta humana de la historia de la humanidad, hacia una determinación de la esencia genérica del hombre. Ella es el correlato formal-universal de las realizaciones específicas del progreso. (Heinz, 2007:32)

Me parece muy importante resaltar que la función utópica, al igual que la memoria, aunque tienen un vínculo directo y evidente con lo político, fundamentalmente por su dimensión ética, nos brindan también un vasto y rico horizonte en una dimensión estética. En lo festivo y en el arte encontramos también el sentido de la herencia y el impulso utópico-desiderativo expresado en múltiples formas culturales.

Así, tanto la memoria como la función utópica nos permiten vislumbrar entre mundos que se manifiestan en las ideas y en las expresiones estéticas -tanto de la “alta cultura” como de la cultura popular-, sobre todo en ciertas épocas donde hay una efervescencia de impulsos de cambio:

hay “umbrales de época” sobre los cuales se realiza el salto revolucionario de una formación social y sus estados de conciencia a la siguiente [y nos muestra] la capacidad de los seres racionales para idear alternativas a la pura facticidad y remitirse especulativamente al todo y a lo perfecto, encierra un núcleo utópico, que permanece cargado de significación más allá de cada situación dada. [de lo anterior] resulta una tensión política actual entre el ultimum utópico proyectado a la distancia y el continuum de la praxis, aquí y ahora. (Heinz, 2007, 33-34)

Aquí las utopías más que la connotación de lo imposible que tienen en el sentido común, nos permite ver el carácter dialéctico de los procesos sociales, las interrelaciones temporales y la confluencia de los anhelos de cambio, de los sentimientos de agravio e injusticia, de los deseos de futuro, pero también de la herencia. Así, el principio esperanza deviene praxis, conciencia y acción colectivas, organización, resistencia y, eventualmente, revolución.

Y es precisamente en esta confluencia de conciencia y praxis, de la concreción de la función utópica, cuando ocurre una síntesis y articulación entre memoria y esperanza, ya que los anhelos utópicos no sólo son anticipación del futuro desde el presente, sino que recogen deseos aún no cumplidos, sentimientos de agravio y anhelos de justicia como herencia del pasado y constituyen, no sólo un ánimo o un afecto, sino la posibilidad de una conciencia y organización colectiva que alimenta los movimientos de resistencia y los impulsos revolucionarios.

 

Algunos campos de disputa por el tiempo social en el contexto actual

Hemos mencionado la importancia de las dimensiones tanto objetivas como subjetivas de la memoria y las utopías en la construcción de la temporalidad y, aún más, la importancia que juegan como una suerte de aceite que alimenta la lámpara del cambio histórico y la acción social. También, aunque se ha apuntado de manera somera, está presente la importancia de la dimensión ontológica del tiempo social. La forma en que éste permite configurar un universo de sentido, un cosmos o un mundo simbólico que hace posible la instauración del sujeto (subjectus), a la vez «sujetado» (súbdito/sometido) a la ley y al orden simbólico; pero sólo así afirmado como «sujeto» autónomo y libre, como sujeto de acción. (Eagleton:2008, pp. 57-84; Dufour:2003; Butler: 2001)

Esta importancia tanto política, como simbólica de las memorias y las utopías llevan, particularmente en los tiempos que corren, con todas las transformaciones que ha traído la última reestructuración del capital y su proyecto neoliberal, a que una de las batallas o disputas más importantes entre dominación y resistencia se libre en el terreno simbólico: en el lenguaje y en la representación del tiempo y el espacio.

No es casual que una de las grandes preguntas que atraviesan las posibilidades de cambio social sean aquella que se refieren al sujeto o agente de transformación o incluso a la posibilidad o imposibilidad de que exista hoy en día un sujeto revolucionario. ¿Acaso no se ha hablado incluso de revoluciones sin sujeto?

Y es que se ha planteado, desde múltiples perspectivas (filosóficas, sociológicas, antropológicas, geográficas), que las transformaciones que estamos experimentando con el proceso de globalización de la economía en el último cambio de siglo implican también una mutación en los procesos de socialización y subjetivación y, en consecuencia de la articulación de la temporalidad.

Incluso el dinero, el lazo o la forma social fundamental en el capitalismo, ha sufrido una mutación13 que indudablemente se refleja, no sólo en la aceleración de los ciclos de rotación del capital, sino en la experiencia del tiempo y el espacio en lo social y en lo público, pero también en lo privado, en lo íntimo y, en general, en lo cotidiano.

La coyuntura actual, ha dado lugar a disputas sobre la representación y la articulación del tiempo: “en las economías monetarias en general y en la economía capitalista en particular, el dominio simultáneo del tiempo y el espacio constituye un elemento sustancial del poder social”. (Harvey, 2008, 251)

Como oposición a la memoria y a la utopía, como elementos clave de la articulación del discurso y la praxis revolucionaria y del cambio social, han surgido nuevas formas de dominación que se juegan, sobre todo en el terreno simbólico de la lucha política. Mencionaré brevemente algunas formas tradicionales, pero también otras nuevas, en las que la memoria y la relación con el pasado; pero también la utopía y la relación con el futuro son refuncionalizadas políticamente como estrategias de dominio sobre el tiempo social.

 

a) Frente a la memoria colectiva

i.Amnesia

El olvido o la amnesia impuesta desde el poder es una de las estrategias tradicionales de dominación. Fomentar el olvido y borrar las huellas de la memoria de una cultura o de la historia de agravios o injusticia sobre comunidades o grupos subalternos ha sido, a lo largo de la historia, una estrategia privilegiada a través de la ideología, la propaganda e inclusive la violencia sistémica, particularmente pero no sólo, de carácter simbólico.

No podemos olvidar intencionalmente pero pueden deteriorarse las huellas de la memoria, los objetos, los instrumentos a los que confiamos la conservación de la propia memoria. Cuando se destruyen las formas de exteriorización de la memoria colectiva, entonces se cierne sobre un grupo, o sobre toda la sociedad, el riesgo de una amnesia colectiva. (Montesperelli, 2004:51)

En la medida en que en las sociedades modernas han ganado espacio y relevancia política la opinión pública y los medios de comunicación, esta estrategia encuentra obstáculos, pero se ha apostado por la sobreexposición y la banalización de los problemas sociales, como veremos en el punto a continuación.

 

ii. Hipermnesia.

Al olvido y la negación de la memoria como mecanismo de dominación, hoy en día se suma como estrategia de control social, la sobreabundancia de información, pero descontextualizada y fragmentada, cuando no “falseada”. En los últimos tiempos incluso se ha acuñado el término infodemia para definir a la propagación, casi como si fuese un virus, de información falsa o tendenciosa que tiene como objetivo hacer pasar como veraz o cierta una noticia que, si no falsa, por lo menos es parcial o está sacada de contexto. El fin de la hipermnesia y la infodemia es naturalizar condiciones sociales que, de hecho no lo son, como, por ejemplo, condiciones de injusticia o excepción, represión o negación de derechos a grupos minoritarios o a ciertos sectores de la sociedad. Otro uso de la hipermnesia es el de generar miedo, caos o desconfianza con el fin de desmovilizar o desmoralizar algún movimiento o también para capitalizar políticamente o apropiarse de la energía que genera alguna acción o dinámica social. Estas estrategias son también utilizadas para desacreditar a los adversarios políticos o minimizar las responsabilidades políticas, incluso judiciales, frente a actos u omisiones que generan perjuicios a personas o grupos.

Mediante esta estrategia se pretenden también banalizar y minimizar los problemas para desalentar la solidaridad y la indignación sociales. A través del exceso de información y la repetición hasta el cansancio se logra enunciar de manera abstracta, como datos o estadísticas alejadas de lo concreto de los mundos de la vida y del sentido, los afectos y la emotividad de las personas. Así, la amenaza más potente, en el contexto actual, para la memoria colectiva ya no es el olvido o la amenaza de represión de facto; sino la excedencia de información. “No se olvida por cancelación, sino por superposición, sin producir ausencia, sino multiplicando las presencias” (Montesperelli, 2004:59)

 

iii. Arcaísmo, concepción sustancialista de la cultura / fundamentalismo.

Se trata de una concepción sustancialista14 de la cultura, como si esta fuese ‘cósica’ o pura, en peligro de contaminarse en las relaciones con otras identidades. Esto favorece posiciones fundamentalistas o sectarias, propicia también el miedo a la alteridad y fortalece el individualismo y el egoísmo. Estas posiciones articulan discursos de supuesta resistencia e identidad que, por su concepción fetichista de la cultura, plantean como reacción social volver a tradiciones ancestrales, pero con tendencias arcaizantes que pueden ser fuertemente conservadoras y excluyentes, por esto favorecen la contención y el control social e incluso, en casos extremos, la represión. Se trata de discursos tradicionalistas que, aun surgiendo de grupos minoritarios y subalternos (que, incluso paradójicamente, puedan autodenominarse de izquierda), terminan apuntalando las tendencias conservadoras que se posicionan contra libertades y derechos fundamentales ganados históricamente. Por ejemplo, la idea de “familia tradicional” y “buenas costumbres” que se posiciona contra los derechos de las mujeres, de los homosexuales, de los inmigrantes, etcétera. Se trata de una ‘defensa’ de la identidad y la cultura, con una visión ‘cósica’ o fetichista y, por lo tanto, descontextualizada de la dinámica de cambio e interacción propia de los procesos sociales. Así, aun cuando se articulen discursos reivindicativos, se trata en realidad de posiciones asincrónicas y regresivas respecto a derechos y conquistas sociales universales.

 

b) Frente a las utopías

i. El nihilismo.

De alguna manera las utopías implican un ‘no’, en primer lugar, como crítica de la realidad inmediata; pero también un ‘no’ como una suerte de vacío frente a un anhelo o un deseo pendiente de ser satisfecho. Sin embargo, la falta o la carencia, ligada a los anhelos utópicos no es un ‘no absoluto’, no apunta a la Nada. Es un ‘aún-no’, una necesidad que impulsa a la búsqueda de aquello que puede satisfacerla, en consecuencia, se trata de una energía activa. Pero, como bien apunta Bloch en sus textos, cuando la carencia es conjurada por el desencanto o está orientada a la utopía abstracta, ese ‘no’ susceptible de ser ‘llenado’, se vacía ontológicamente hasta convertirse en Nada, en aquel nihilismo del que grandes intelectuales, como Nietzsche, nos han advertido es el mal de nuestra época. El desencanto y la desesperanza son poderosas herramientas de desmovilización y de control social, la idea de que las cosas no pueden cambiar y que nuestras acciones no tienen ningún poder o impacto sobre la historia, generan desánimo, pasividad y desmovilización.

 

ii. El “presentismo”.

Se trata de la percepción del tiempo como una eterna sucesión de instantes presentes. Se apuntala en un discurso de que el tiempo sólo tiene sentido en el hic et nunc, en el aquí y el ahora, ‘hay que vivir el presente, es lo único que poseemos’, es un mensaje que se replica constantemente. Esta percepción del tiempo no sólo cierra la anticipación del futuro, sino que también devalúa la herencia y la responsabilidad histórica frente al pasado. Este discurso también debilita los lazos sociales, pues al devaluar la identidad histórico-cultural y el diálogo intergeneracional, se devalúa también la idea de responsabilidad. Por otra parte, al reducirse la percepción del tiempo al mínimo, también hay una impresión de reducción del espacio de acción. Se genera una suerte de solipsismo que remite nuestro poder al yo individual y propicia, no sólo la fragmentación del tiempo, sino también el sentido de compromiso y los lazos sociales.

 

iii.La ‘catástrofe del espejismo’.

Cuando la fantasía y la imaginación desbordan el terreno de la realidad inmediata, se debilita el vínculo con ésta última y se produce una especie de “cosificación del sueño de un objetivo” (Bloch, 2004,226). Aquí las utopías son abstractas, no toman en cuenta las condiciones objetivas en las que estamos insertos y se vuelcan sobre deseos irrealizables. En la medida en que no tienen vínculos concretos con la realidad, también son desmovilizadoras. Se vuelven ensoñaciones evasivas y alienantes que corresponden con el significado que se les da a las utopías en el sentido común: quimeras irrealizables o “sueños guajiros”. Esta forma de orientar los deseos humanos es, sin duda, la que explota constantemente la publicidad y que tiene mucho que ver con el proceso social que Karl Marx explicó como ‘fetichismo de la mercancía’ y que replica la alienación originada en el proceso productivo capitalista, al llevarlo al terreno del consumo. En este sentido, Ernst Bloch, diferenció los ‘afectos saturados’: aquellos cuyo impulso se reduce a objetos a disposición en lo inmediato (envidia, avaricia, respeto); respecto a los ‘afectos de espera’: aquellos cuyo impulso es extensivo, cuyo objeto no se encuentra a la disposición individual del momento, por lo cual no es seguro lo que acontezca (miedo, temor, esperanza, fe) (Bloch, 2004,104). En la distinción blochiana, resulta muy claro, cómo los anhelos y necesidades sociales, son constantemente orientados al terreno del éxito individual y al consumo. Así, al desviar las necesidades y anhelos de carácter ontológico y existencial, que por lo general se relacionan con los ‘afectos de espera’ y con acciones en el campo de las relaciones sociales y humanas; hacia la búsqueda de satisfacción por medio de las cosas, a partir de ‘afectos saturados’ se contiene una buena parte de la energía social a través del mercado.

 

Conclusión

Es innegable que la construcción del tiempo social forma parte del complejo entramado de relaciones de poder que involucra, tanto dimensiones objetivas como subjetivas de la vida social. El tiempo social supone también procesos donde se disputa por el sentido, significado y función social, tanto de las memorias como de la anticipación utópica correlativa a los imaginarios sociales y universos simbólicos que configuran las formas sociales.

Tanto la relación con el pasado y la memoria; como el vínculo con el futuro y la anticipación utópica, son susceptibles de ser refuncionalizadas social y políticamente, para establecer mecanismos de control y desmovilización social, o bien, para propiciar acciones de resistencia, protesta, rebeldía o movilización social.

La memoria colectiva reconfigura y renueva constantemente el vínculo con el pasado, no sólo como datos o una narrativa de sentido del origen; sino incluso en una dimensión de diálogo inter-temporal, intersubjetivo e intergeneracional, donde no sólo se interpela a partir de las necesidades del presente; sino también donde se recogen los agravios, los anhelos de justicia, los reclamos de reconocimiento, en fin, los asuntos pendientes de las generaciones pasadas. Es términos benjaminianos de trata de un vínculo de tradición y de tra-dicción, de diálogo “vivo” entre el pasado y el presente.

Por su parte la función utópica es, en términos blochianos, la ‘esperanza inteligente’, aquel momento del actuar humano en el que somos capaces de conectar o vincular la dimensión subjetiva de los impulsos desiderativos, los anhelos y los deseos, con las condiciones objetivas y concretas del mundo y el devenir histórico en que estamos viviendo, para dar sentido y fuerza a la praxis social. Es el momento en que se rompe una relación pasiva y de extrañamiento, si no es que de incertidumbre y temor respecto al futuro, para fortalecernos como agentes de cambio o sujetos de acción social. Por otra parte, el carácter concreto y consciente de la función utópica, implica la relación con el entorno, con el mundo y con los otros.

De acuerdo a lo que se ha expuesto, resulta determinante la forma en que los sujetos se posicionan ante el pasado y el futuro para posicionarse como activos o pasivos. En otros términos, la construcción social de la temporalidad impacta directamente en la conformación del sujeto y su capacidad de agencia social. Tanto la memoria, como la función utópica define las capacidades y repertorios de acción de una colectividad para la movilización o la resistencia, o bien los mecanismos para la inmovilidad y la aceptación de determinadas formas de dominación. Hay una permanente y constante refuncionalización del tiempo social, sea en sus versiones del pasado, o en sus proyecciones de futuro, tal como hemos dicho se trata de una suerte de diálogo intertemporal donde constantemente se ponen en juego la identidad, la herencia cultural, la memoria colectiva; pero también los deseos, los anhelos, las posibilidades y las expectativas de futuro para construir hegemonías y contrahegemonías en distintas luchas de poder dentro de un universo social.

Por otra parte, los territorios en disputa de la temporalidad abarcan espacios diversos y heterogéneos, desde los espacios públicos y formalmente políticos, hasta espacios cotidianos, privados e incluso íntimos. También es importante señalar que, en el contexto actual, toman una fuerza impresionante y decisiva los espacios digitales, que se vuelven cruciales en la organización de protestas, denuncias y movimientos sociales; en la definición de procesos políticos; como medios de información y opinión; pero también en la generación de fake news y en la propagación de ‘infodemia’, de incertidumbre, miedo y desmovilización.

 

 

Bibliografía

Baczko, B. (1999) Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas. Buenos Aires, Nueva Visión.

Bloch, E. (2004) El principio esperanza. Tomo I. Madrid, Trotta.

Bloch, E. (2006) El principio esperanza. Tomo II. Madrid, Trotta.

Bloch, E. (2019) Herencia de esta época. Madrid, Tecnos.

Butler, J. (2001) Mecanismos psíquicos del poder. Teorías de la sujeción. Madrid, Cátedra.

Cabado, J. M. (2007) “Ernst Bloch y las ciencias humanas”, en Revista Herramienta, número 35. Herramienta, Buenos Aires. En internet: https://www.herramienta.com.ar/articulo.php?id=497

Dufour, D. R. (2007) El arte de reducir cabezas. Buenos Aires, Paidós.

Eagleton, T. (2008). Terror santo. México, Debate.

Echeverría, B. (2001). Definición de la cultura. México, Ítaca / UNAM.

Elias, N. (2010) Sobre el tiempo. México, Fondo de Cultura Económica.

Jameson, F. (1999) El giro cultural. Escritos seleccionados sobre el posmodernismo. Buenos Aires, Manantial.

Kosik, K. (2012) Reflexiones antediluvianas. México, Ítaca.

Harvey, D. (2008) La condición de la posmodernidad. Buenos Aires, Amorrortu.

Heinz, H. (2007) “Ernst Bloch: Entremundos y umbral de época”, en Vedda, Miguel. Ernst Bloch. Tendencias y latencias de un pensamiento. Buenos Aires, Herramienta, pp. 23-45.

Montesperelli, P. (2004). Sociología de la memoria. Buenos Aires, Nueva Visión.

Moore, B. (1989) La injusticia: Bases sociales de la obediencia y la rebelión. México, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM.

Ricoeur, P. (2008) La memoria, la historia, el olvido. México, Fondo de Cultura Económica.

Salmerón Infante, M. (2009) “Antes, desde y para el exilio. Herencia de esta época (1935/1962) de Ernst Bloch.” En ARBOR. Ciencia, pensamiento y cultura. Número 739. Madrid, CSIC. http://arbor.revistas.csic.es/index.php/arbor/article/view/357/358

Serra, F. (1998) Historia, política y derecho en Ernst Boch. Trotta.

Todorov, T. (2013) Los abusos de la memoria. Barcelona, Paidós.

Yurikko Medina, Violeta. (2007) “El dulce olvido. Memoria colectiva e imaginarios sociales. En VERSIÓN, num 19, México, UAM Xochimilco, pp. 265-283.

 

 

 

 

 

 

1 Las primeras aproximaciones a este tema fueron presentadas en el 1er Congreso Nacional de Estudios de los Movimientos Sociales, realizado en Ciudad de México, 17-21 de octubre de 2016.

2 Universidad Autónoma Metropolitana, México. Correo elctrónico: amondragong@correo.xoc.uam.mx

3 Utilizo la palabra temporalidad como la construcción social del tiempo a partir de la experiencia y los procesos históricos concretos y así enfatizar su distinción respecto al sentido común, por una parte, y a la definición científico-matemática, por la otra.

4 En esta dimensión de lo simbólico, encontramos un vínculo fundamental, que abordaremos más adelante entre la construcción de la temporalidad y el lenguaje.

5 Utilizamos imaginario en el sentido en que lo define Bronislaw Baczko, como “el dispositivo que asegura a un grupo social un esquema colectivo de interpretación de las experiencias individuales tan complejas como variadas, la codificación de expectativas y esperanzas así como la fusión, en el crisol de una memoria colectiva, de los recuerdos y las representaciones del pasado cercano o lejano […] al tratarse de un esquema de interpretaciones pero también de valoración, el dispositivo imaginario provoca la adhesión a un sistema de valores e interviene eficazmente en el sistema de interiorización por los individuos, moldea las conductas, cautiva las energías y, llegado el caso, conduce a los individuos en una acción común”. (Baczko, 1999, 30)

6 Bloch hace una distinción entre impulsos, anhelos y afectos. El ser humano en cuanto ser con necesidades, siente en primer lugar impulsos para resolverlas; pero éstos son de carácter vago y son la primer respuesta, casi biológica, a dichas necesidades. Los anhelos, por su parte, ya están dirigidos al exterior, se anhela algo. Sin embargo, el ser humano, a diferencia de los animales, no sólo apetece, sino que desea, y en la medida en que desea e imagina, crea nuevos impulsos que ya no sólo se limitan a su cuerpo, sino que incluso lo forjan como sujeto, aquí se encuentran los afectos, en palabras del propio Bloch, una suerte de “impulsos impulsantes”. (Bloch, 2004, pp. 94-107)

7 Bloch hace una revisión crítica de algunas de las consideraciones filosóficas más importantes en torno a los afectos y concluye distinguiendo entre dos tipos: a) Los “afectos saturados”, aquellos cuyo impulso encuentra el objeto a disposición del individuo en el momento, en el “mundo a mano”. En esta categoría se encuentran, por ejemplo, la envidia, la avaricia, el respeto; b) Los “afectos de la espera”, son aquellos cuyo impulso es externo y no se encuentra a la disposición del individuo en el momento, ni se halla tampoco presente en el “mundo a mano”. (Bloch, 2004, 104)

8 Hay un artículo interesante, desde la perspectiva de la antropología social, de cómo funciona la dialéctica de la memoria y el olvido para restablecer los lazos sociales en Ixcán, una comunidad de Guatemala masacrada durante el gobierno de Ríos Montt. (Yurikko, 2007)

9 Es precisamente este carácter social de la memoria el que la distingue del simple recuerdo: este último es una suerte de memoria privada, en tanto la memoria está organizada por el contexto social del que se forma parte y está sustentada por el lenguaje. (Montesperelli, 2004:12) Es por esto los recuerdos se construyen de manera efectiva sólo una vez que se ha constituido el sujeto como tal.

10 Sobre este tema es interesantísimo el libro El arte de reducir cabezas de Dany-Robert Dufour (2007), donde postula una mutación del sujeto moderno (kantiano-freudiano), que mediante las leyes, la neurosis y la represión se sujeta a un orden social; en contraste un nuevo sujeto posmoderno, paradójicamente libre de sujeciones simbólicas, se abandona a los dictados de sus pulsiones y sus pasiones (estimuladas por el mercado).

11 Para dimensionar el peso de esta categoría es importante volver sobre la distinción blochiana entre lo onírico nocturno –de carácter represivo y evasivo- y los sueños diurnos – de carácter anticipador-. De acuerdo con lo anterior, la capacidad de soñar no se agota en el inconsciente y en los sueños nocturnos; son aún más importantes los sueños diurnos, vinculados al aún-no-consciente que puede emerger como fuerza social al expresar y tratar de realizar los deseos y anhelos conscientes de los seres humanos.

12 Las cursivas son de Bloch.

13 Con el proceso de financierización el propio dinero ha sufrido una desimbolización -desimbolización venal, le llama Dufour, (2007) una abstracción de la abstracción, le denomina Jameson, (1999)-. Al perder materialidad pierde también vínculos concretos con la economía real y se dispara no sólo como una economía especulativa (que siempre lo ha sido), sino como una economía ficticia. Así, por ejemplo, hay estimaciones de que la economía ficticia es más de cincuenta veces la economía real en Estados Unidos.

14 Tal como nos explica Bolívar Echeverría, “la identidad no reside en la vigencia de ningún núcleo sustancial, prístino y auténtico […] reside, por el contrario en una coherencia interna puramente formal puramente transitoria de un sujeto histórico de consistencia evanescente. (Echeverría, 2001, 170).