La racionalidad de la acción racional1

The rationality of rational action

Fecha de recepción: 17 de octubre de 2017 / Fecha de aprobación: 22 de marzo de 2018

Juan Jiménez-Albornoz2

 

 

Resumen

Frente a las limitaciones de lo que podemos llamar acción racional estándar, que se ha mostrado en la investigación experimental reciente, se pueden observar cuatro reacciones básicas: 1) Desarrollar la idea de racionalidad limitada, asumiendo esos descubrimientos como desviaciones de la racionalidad, 2) depurar el concepto a su base de racionalidad formal. 3) Ampliar la idea de racionalidad, incluyendo otros modos de ella. 4) Recuperar otros modelos de acción que van más allá de la racionalidad. En la última sección se intenta responder por qué a pesar de sus reconocidas insuficiencias se vuelve siempre a esta idea, ¿bajo qué condiciones aparece un espacio para una acción que se acerque a la racionalidad? Esbozamos una respuesta basada en la combinación de unicidad de criterios de evaluación y de castigo a la conducta que se sale de él como condiciones de posibilidad social de la racionalidad

Palabras clave: Acción racional, teoría social, limitaciones de la racionalidad

 

Abstract

Regarding the limitations of what we can call the standard model of rational action that recent experimental work has shown, it can be observed four basic reactions 1) To develop the idea of limited rationality -analyzing those findings as deviations from rationality 2) To purify the concept to its ground of formal rationality 3) To widen the idea of rationality, including others forms of rationality 4) To recover other models of action that go beyond rational action. In the last section, it is attempted to answer why, despite their acknowledged deficiencies, researchers go back to that idea: Under what conditions appear a space for an action that resembles rationality? We delineate an answer, based on the combination of singleness of criteria of evaluation and punishment to the behavior that abandon rationality as possibility conditions of rational action.

Keywords: Rational action, social theory, limits of rationality

 

Introducción

La idea de la racionalidad ha sido parte de la teoría de la acción en ciencias sociales desde casi sus inicios. Weber las asocia íntimamente en su tipología de acción en Economía y Sociedad. Al mismo tiempo, la idea del actor racional ha sido criticada también desde sus inicios. También se dice, por parte de sus defensores, que es obviamente necesaria porque la acción racional es la única forma de dar sentido a la acción y, por parte de los críticos, que es equivocada porque nadie se comporta de acuerdo con ella, ¿quién alguna vez ha realizado sus cálculos?

 

¿Qué es la racionalidad en el marco estándar?

A partir de los años ’90, se puede observar un renacimiento de la idea de la acción racional (Coleman, 1990; Goldthorpe, 1998; Hechter y Kanazawa, 1997). Se puede recordar aquí los esfuerzos de Becker (1996) por mostrar la aplicabilidad de la idea en cualquier ámbito, incluyendo aquellos más aparentemente refractarios a ese tipo de análisis (desde las adicciones a la familia). Este esfuerzo fue también paralelo a un intento de clarificar qué es acción racional.

De partida, se negó que acción racional estándar implique un actor egoísta, es posible incorporar plenamente al esquema la idea de altruismo, modificando la función de utilidad del actor X incluye la utilidad del actor Y (Becker, 1996, p 174-184). También se hizo lo mismo con la idea de conocimiento perfecto, y en teoría de juegos son comunes las ideas de equilibrio bajo situaciones de conocimiento imperfecto. En última instancia, se defendió que esas ideas se usan más bien porque así se simplifica el desarrollo teórico –los argumentos y las deducciones formales se simplifican- aunque se sabe y se acepta que son limitados empíricamente (Coleman, 1990, p 18-19). Así también, sin ser defensas como tal, se reconoce que limitado y todo, el modelo resulta útil para generar explicaciones y campos de investigación (recientemente, ver Healy, 2017).

La línea base es la de la acción intencional, la acción se orienta en torno a preferencias dadas y entonces el actor intenta que esas preferencias se cumplan. Ahora bien, eso resulta muy genérico y usualmente se agregan otros requisitos. Sin embargo, es crucial recordar ese nivel básico -una estrategia argumentativa común en las aproximaciones de racionalidad es refugiarse en él cuando se realizan críticas. ¿Qué otras ideas? En algunos casos se insistirá, aunque sea por razones heurísticas, en la maximización (Coleman, 1990, p 13-14). En otros casos se enfatizará en que son actores que intentan prever el futuro (Becker, 1996).

Estas ideas son relevantes porque hacen ver que la racionalidad no es cosa sólo de preferencias, sino además implica una relación con el conocimiento. No sólo se requiere que exista un actor que elige la opción que maximiza utilidad, sino que se requiere de un proceso racional que permita al actor reconocer esa acción, o sea, pasar de las preferencias a la decisión. En este sentido se requiere para la racionalidad: a) un modelo racional de preferencias, b) un modelo racional de creencias y c) una relación racional entre ambas. Así, por ejemplo, se nos dice que ‘economic rationality is simply defined as preference consistency and Bayesian updating’ (Gintis, 2017, p 162).

Las preferencias racionales son aquellas, usando los axiomas de Von Neumann-Morgenstern, que son: completas (el actor siempre tiene una preferencia ante cualquier par de estados), transitivas (si A se prefiere a B, y B a C, entonces A se prefiere a C), independientes de alternativas irrelevantes (si C es irrelevante, o sea, su presencia no afecta la utilidad relativa de A y B, entonces A se prefiere a B ya sea que C esté presente o no), y continuas (si A > B > C, debiera existir una combinación de A y C que lo hace igual a B).

En relación a las creencias se puede usar la ‘racionalidad bayesiana’, o sea, la racionalidad es un razonamiento estadístico en condiciones de incertidumbre (Oaksford y Chater, 2007), con probabilidades anteriores asignadas a todos los posibles eventos ajustadas (updated) mediante el teorema de Bayes (Gilboa, Postlewaite, y Schmeidler, 2012). Finalmente, al mezclar las preferencias y las creencias. Algo que ya hizo Savage en 1954, al definir las creencias comparativas entre dos estados en términos de preferencias, unificando en un sólo esquema de probabilidad y decisión. Es posible tener así un modelo completo: un conjunto consistente de preferencias que al ser unido de manera consistente con un procedimiento consistente para ajustar preferencias permite una acción racional. Usualmente, el criterio de acción que permite ello es la idea de maximización (se prefiere aquella acción que de acuerdo con las creencias existentes maximiza la utilidad). Con ello, entonces, ya tenemos un modelo de racionalidad bastante más complejo y exigente que la simple idea de un actor que tiene preferencias que intenta cumplir.

Ahora bien, ¿las personas se comportan efectivamente con acuerdo a ese modelo? La impresión que no es así, que efectivamente no sucede, es antigua. Entonces, ello ha generado algunas respuestas relativamente estándar. Una manera es distinguir una versión normativa y formal de la racionalidad de una versión empírica de la racionalidad (Oaksford y Chater, 2007, p 21-31): Distinguir entre un modelo de lo que es racional, que no depende de la conducta de las personas, como distinto de la idea que el comportamiento de las personas es empíricamente racional. Luego, lo que hagan las personas no cambia el estatus de lo racional.

Una segunda forma es intentar la defensa agregada: Más allá del comportamiento de las personas, sucede que si se modela el comportamiento de forma racional se realizan predicciones que en el agregado funcionan (si aumenta el precio, disminuye la demanda); y luego como los modelos se validan por sus consecuencias no hay problemas, ello es una vieja idea de Friedman (1953).

Un tercer argumento es insistir en la baja relevancia que las personas repliquen mentalmente el proceso que describimos con anterioridad, pueden encontrarse ‘comportamientos racionales’ en animales, los que claramente no están ocupando ‘pensamiento racional’ para ello -la racionalidad provendría de la necesidad de mejorar la adaptación, fitness (Gintis, 2017, p xvii). Si una abeja es racional, ¿a qué vendría negarse a que lo sean los seres humanos?

La opinión que señala que el modelo empíricamente no funciona, ha tenido un refuerzo bastante importante en los últimos años a través de los resultados experimentales de la economía del comportamiento. Aquí ha sido relevante el mostrar la existencia de paradojas de racionalidad, o sea, de situaciones donde las personas no tomarían la decisión que la teoría racional dice que tendrían que tomar. Una relativamente antigua es la paradoja de Allais. Aquí hay dos apuestas. En la primera, las opciones son las siguientes:

  1. 1. Ganar un millón con probabilidad 100 %
  2. 2. Ganar un millón con probabilidad 89 %, cinco millones con probabilidad 10 % y nada con probabilidad 1 %

 

En la segunda apuesta, las opciones son las siguientes:

  1. 1. Obtener nada con probabilidad 89 % y un millón con probabilidad 11 %
  2. 2. Obtener nada con probabilidad 90 %, cinco millones con probabilidad 10 %

 

La mayoría de las personas en la primera apuesta elegiría la opción (a), y en la segunda apuesta elegiría la opción (b). Sin embargo, elegir de esa forma es, de acuerdo con la teoría de la racionalidad usual, ‘incorrecto’, ‘irracional’. La utilidad esperada de las opciones (a) es la misma y también es idéntica la utilidad de la opción (b). A continuación, un actor racional debiera elegir en las dos apuestas de forma sistemática la opción (a) o la opción (b), dependiendo de cuanto acepta el riesgo, pero no debiera cambiar de opciones. Es la independencia de alternativas irrelevantes la que está en juego. En la primera apuesta, en ambos casos hay un 89 % de probabilidad de ganar un millón, luego no cuenta; tengo que comparar un 11 % de probabilidad de ganar un millón con 10 % de probabilidad cinco millones y 1 % de ganar 0. En la segunda hay un 89 % de probabilidad de ganar cero, luego no cuenta; tengo que comparar un 11 % de probabilidad de ganar un millón con 10 % de probabilidad de ganar cinco millones y 1 % de ganar 0. Luego en ambos casos la alternativa (a) es igual y la alternativa (b) también, es inconsistente elegir una en una apuesta y una distinta en la otra.

En segundo lugar, está un estudio famoso de Tversky y Kahneman (1981) en que la variación de la presentación de los datos hace variar la preferencia. Hay que elegir entre dos programas de salud frente a la situación en que una enfermedad matará a 600 personas. En un caso se presentan las siguientes alternativas:

  1. 1. Salvará con certeza a 200 personas
  2. 2. Hay 1/3 de posibilidad que todos se salven y otros 2/3 que nadie se salve

 

En el otro caso, las alternativas que se presentan son:

  1. 1. 400 personas morirán
  2. 2. Hay 1/3 de probabilidad que nadie muera y 2/3 de probabilidad que mueran las 600 personas.

En la primera forma de presentación, la mayoría elige la opción (a) pero en la segunda forma la mayoría elige (b). Nuevamente ambas opciones (a) son idénticas y ambas opciones (b) también lo son, por lo cual, elegir una opción en un caso y otra opción en el otro caso no resulta racional.

Entonces las personas no se comportan de manera sistemática cómo lo dice la teoría de la acción racional, y podríamos continuar con una larga letanía de experimentos. Su adecuación empírica, entonces, se encuentra claramente en entredicho. Frente a ello, o aprovechando esta situación, quedan cuatro reacciones. La primera es la más inmediata: es construir un modelo de racionalidad limitada aceptando estos resultados y analizándolos desde una perspectiva en que el modelo estándar de racionalidad sigue siendo el baremo de racionalidad. La segunda reacción es depurar el modelo estándar y observar que estos resultados no lo afectan, sino más bien son críticas a las concepciones inadecuadas de la racionalidad estándar. La tercera reacción es preguntarse por cuán racional es la idea de racionalidad estándar, intentando ampliar la noción de racionalidad. Finalmente, la última alternativa es preguntarse por la idea misma de racionalidad: ¿por qué disciplinas empíricas analizan la acción desde el prisma de la racionalidad?, y así analizar modelos de acción que partan desde otras ideas.

 

La racionalidad empírica es limitada

La primera reacción es la más sencilla: si las personas no se comportan de acuerdo con la teoría de la racionalidad estándar, diré que las personas tienen una racionalidad limitada. Ahora bien, como la incorporación de la idea de conocimiento imperfecto a los modelos de racionalidad muestra, este tipo de cambios no son desconocidos para la teoría del actor racional. En este caso, hay una necesidad de una adaptación más profunda debido a que los resultados experimentales muestran que las personas se desvían sistemáticamente de la racionalidad implica que la aproximación tiene problemas más importantes. En otras palabras, hay un modelo de acción que reseñar y no simplemente decir que las personas no se comportan de acuerdo al modelo estándar.

La adaptación es, en cualquier caso, una que sigue usando las bases del modelo estándar de racionalidad: es una adaptación, no un reemplazo. Por ejemplo, en algunos casos se abandona la idea de actores que son forward-looking, en otras palabras, actores capaces de realizar cálculos sobre los efectos de la acción de forma de estimar la utilidad pero mantiene a los actores que se preocupan de costos y beneficios (Rubinstein, 1998), o sea: el actor puede no tener la capacidad de calcular racionalmente su utilidad, puede ser más ‘ingenuo’ en su análisis pero no lo es necesariamente en su criterio de observación (que sigue siendo la búsqueda de la utilidad). En estos análisis se mantiene, en general, el supuesto de una conducta adaptativa que busca mayor utilidad (así en relación a aprendizaje, ver Acemoglu, Dahleh, Lobel, y Ozdaglar, 2011).

Para poder mantener la idea de la acción adaptativa o intencional, que dé cuenta de estas desviaciones de manera sistemática, se sostiene que hay que desarrollar nuevos criterios. Por ejemplo, en el análisis de bienestar se puede destacar un criterio de elección no ambiguo, en que un actor elige siempre X sobre Y cuando ambas están entre las posibilidades (Bernheim y Rangel, 2009), que al no requerir transitividad es más débil que las exigencias de preferencias ordenadas del rational choice. También se pueden desarrollar criterios sobre aprendizaje basados en ensayo y error más que en cálculos (Hemmati, Sadati, y Nili, 2010). Pero en todos esos casos el actor sólo abandona en términos cognitivos las exigencias de la acción racional.

Una muestra de la importancia del modelo de acción racional para este modelo sucede cuando por ejemplo, se intenta replicar resultados de modelos de alta-racionalidad con actores con baja-racionalidad (Young, 1998, p 62), y, de hecho, es lo que ocurre con el ejemplo de Bernheim y Rangel (2009) antes citado. En estos casos, la relación entre estos dos modelos queda más clara: es una forma de expandir el modelo del rational choice, pero estando tan cerca de él como resulte posible.

Así, lo que este repaso bibliográfico enseña es que las personas en la realidad empírica no cumplen de manera sistemática con los criterios de la racionalidad estándar. Pero como dicha racionalidad se mantiene en términos normativos, entonces muchas veces se tiende a analizar esto como desviación. Al mantener el criterio de lo que es racional se puede incluso concluir que el propio actor, todavía interesado en maximizar, buscaría como mejorar su instrumental tecnológico, en consecuencia, la teoría de la acción racional no sería un buen descriptor de la acción, pero sería del interés del actor acercarse a ella. La teoría puede decirle cómo superar sus inconsistencias, por ejemplo, indicándole el efecto de enmarcamiento (el framing de Tversky y Kahneman).

La reacción y el uso de muchas de las paradojas encontradas son interesantes, por ejemplo, ¿qué sucede con la paradoja de Allais ya mencionada? Porque, de hecho, la intención del propio autor era mostrar lo ‘intuitivo’ de la corrección de la decisión normal en vez de lo decidido por la teoría, (ver Oaksford y Chater 2007, p 23). Y entonces, ¿usamos eso para cambiar la noción de lo que es racional? ¿Cambiamos la ‘norma’ de lo racional? ¿O sólo decimos que las personas no se comportan de forma racional, y que sus intuiciones son incorrectas? Las elecciones de los seguidores de esta línea a la luz de estas preguntas muestran lo que se ha dicho anteriormente, que esta es una corriente que amplía el paradigma de la acción racional.

Esto es lo que explica, en parte, porque es la crítica que más ha hecho mella al rational choice (Hodgson, 2012, p 96). Ella se realiza en términos que esta perspectiva podía aceptar: Los actores sí responden a incentivos, sí están preocupados de costos y beneficios, pero los experimentos muestran que los actores no pueden hacer todos los cálculos requeridos. Al mismo tiempo, metodológicamente se usa una forma que es aceptable para el rational choice. Es fácil comprender que una perspectiva que se piensa a sí misma en términos de una ciencia (pensemos en el uso extendido de instrumental matemático en ella) sí se ve afectada por un procedimiento que se presenta como el más científico posible -los experimentos. Más aún, el contra argumento tradicional que se realizaba desde el rational choice a sus críticos, el que estos críticos no tenían en realidad teoría, no podía aplicarse a estas corrientes, las que tenían fundamentos teóricos para plantear porque, por ejemplo, una aproximación backward looking es adecuada y no pueden rechazarse como simplemente un lenguaje más complejo para describir la situación -como se hace con respecto a críticas culturalistas. En este sentido, es que se puede entender la aproximación de la bounded rationality como la superación interna del rational choice.

 

Recuperando la racionalidad estándar

Otra reacción es volver a las ideas básicas de la racionalidad estándar. Observar que si se hace así, una parte importante de estas paradojas deja de existir. Este camino ha sido explorado por Herbert Gintis, economista norteamericano. Su punto de partida es doble: a) toda explicación de la vida social debe basarse en la idea de la acción racional, y b) la mayor parte de las críticas a esta idea e incluso a algunas conceptualizaciones que plantean sus defensores se basan en acepciones erradas de lo que es este tipo de racionalidad. Si se la entiende bien, se puede apreciar su capacidad interpretativa.

Behavioral disciplines are successful to the extent that they model individual behavior as rational choice. The rational choice actor model posits that an individual has a preference ordering over the outcomes that his actions bring about and beliefs concerning the relationship between actions and outcomes. His behavior can be modeled as maximizing an objective function given by this preference ordering subject to the informational and material constraints he faces. (Gintis, 2017, p 45)

La racionalidad se define, finalmente, sólo por la consistencia de las preferencias, que es lo que permite que haya un ordenamiento de ellas; y por un razonamiento probabilístico para ajustar consistentemente las creencias a la información, o sea: ajuste bayesiano. Esta visión permite incorporar los resultados de los experimentos de racionalidad limitada, pero negando que implican irracionalidad. En muchos casos los analistas de racionalidad limitada simplemente ‘interpret completely reasonable behavior as irrational’ (Gintis, 2017, p 108).

Por ejemplo, los efectos de ‘anclaje’, donde las personas basan su comportamiento en experiencia reciente pero irrelevante, no implican irracionalidad dado que no tienen una inconsistencia en las preferencias o una falla en el ajuste bayesiano de creencias. O el hecho que tengamos un sesgo hacia el status quo puede reconciliare si recordamos que evaluar nueva información tiene costos. Gintis insiste en que si recordamos el tipo de información que las personas usan, entonces incluso los efectos más ‘irracionales’ encuentran sentido: un efecto conocido de uno de los experimentos de Tversky y Kahnemann, es que las personas encuentran más probable una afirmación como ‘Linda es una cajera y es parte del movimiento feminista’, que la afirmación ‘Linda es una cajera’, aun cuando en principio eso simplemente no puede ser (el primer aserto está subsumido en el segundo). Pero si recordamos que las personas hacen supuestos sobre quienes les preguntan y asumen que cualquier información es relevante para el mensaje (es una de las máximas de Grice, ampliamente usadas para analizar como las personas comprenden preguntas), entonces el resultado tiene más sentido -de hecho Gintis plantea que si se lo entiende en términos de probabilidad condicional (la probabilidad que tal persona sea Linda si sabemos que es cajera y feminista), entonces se puede comprender como racional esta situación (Grince, 2017, p 106).

En particular, Gintis niega tanto que la racionalidad formal de la decisión mencionada implique un actor egoísta (como otros autores, insiste que es simplemente cosa de agregar a la función de preferencias la preocupación por otros), sino que ni siquiera se puede analizar en términos de razón instrumental, de relación medios-fines: ‘The problem with the instrumental interpretation of rational choice is that often agents are in situations where they must make choices but they have no clear nations of what the goals of action are’ (Gintis, 2017, p 143). Pero de todas formas, tiene sentido hablar de preferencias.

Dada esta visión bastante amplia de lo que es la acción racional, podría parecer que no es necesario realizar ningún otro ajuste. Sin embargo, Gintis plantea varias ampliaciones al modelo. En primer lugar, estarían formas sociales de racionalidad, que Gintis refiere como we-reasoning, team-reasoning, collective intentionality. En particular, Gintis examina como otra forma de racionalidad el equilibrio kantiano, la estrategia que en un juego todos seguirían si todos los que compartieran la misma preferencia usaran la misma regla (Gintis, 2017, p 50-55). Esto se puede entender como racional sólo si abandonamos que la única racionalidad es la estándar (Elster, 1989, por ejemplo, pone al ‘kantiano vulgar’ como ejemplo de pensamiento mágico); de otro modo quedaría como inentendible una forma de pensar que parece ser razonable. El pensar esto como ampliación de la racionalidad estándar le permite a Gintis insistir que no hay oposición entre ellas y la estándar, y luego las personas pueden incluir ambas en el mismo proceso decisional (realizando trade-off por ejemplo).

Un segundo elemento que puede analizarse como ampliación es la insistencia de Gintis en el hecho que la cognición es un proceso social, como una propiedad de una red (Gintis, 2017, p 133), así un límite del modelo tradicional es que no reconoce lugar para el hecho que ‘human minds are not isolated instruments of ratiocination, but rather are networked and congition is distributed over this network’ (Gintis, 2017, p 100). Para generar mis creencias no uso sólo mi experiencia, sino que tengo disponible la información de las personas de mi red. Nuevamente, esto no entra en contradicción alguna con el proceso de ajuste bayesiano de creencias, o sea: que otros me digan que sucede X, es parte de cómo van cambiando mis creencias sobre esas probabilidades. Por tanto, es una ampliación que deja más clara la naturaleza del proceso.

Un tercer elemento es la insistencia en que la acción también se entiende a través de normas. De hecho, es en este análisis donde Gintis ve una posibilidad de un núcleo analítico para la sociología (Gintis 2017, Cap 6). La norma aparece porque el desempeño de los roles requiere de compromiso personal, o para decirlo de otra forma: ‘self-regarding actors who treat social norms purely instrumentally will behave in a socially inefficient and morally reprehensible manner’ (Gintis, 2017, p 122). Luego, un equilibrio social requiere internalización. Y nuevamente, todo ello es plenamente compatible con la racionalidad porque son simplemente otros elementos de la función de preferencias. Son elementos que es necesario analizar por su propio mérito porque son muy comunes y porque, a la larga, la capacidad de internalizar normas resulta evolutivamente beneficiosa (Gintis, 2017, Cap 10). Por esto resulta útil ampliar el aparato analítico para incluirlos. Pero al reconocer su compatibilidad con la racionalidad estándar, entonces no quedan limitados a ser elementos externos, sino que es una dimensión plenamente integrada en el análisis.

En algún sentido, esta versión muy anclada en la idea del rational choice implica una revisión de la racionalidad más sustantiva o incluir nuevas dimensiones a los conceptos. Y, en ese sentido, resulta útil para observar los límites de la aproximación del rational choice incluso cuando se la amplia lo máximo posible.

Un primer elemento dice relación con la defensa de la consistencia de preferencias (que Gintis nos recuerda varias veces que son exigencias sencillas). El precio que se paga al insistir en la consistencia es que las preferencias terminan dependiendo de la situación, si la situación o la persona cambia, las preferencias también lo hacen. Esto permite que todas las preferencias sean consistentes (que prefiera ahora X a Y y antes Y a X no es inconsistente porque corresponden a situaciones diferentes) pero ¿cuán razonable es esto? No sólo vuelve el identificar empíricamente preferencias algo difícil, sino que no existiendo una forma para determinar cuándo cambian las situaciones, resultan ello más bien vacío. Al final, nuestra única forma para determinar si la situación ha cambiado es si las preferencias observadas lo han sido.

El segundo elemento, que está ligado a lo anterior, es lo que queda fuera de esta ampliación. Por ejemplo, la generación de creencias:

It is important to understand that the rational actor model says nothing about how individuals form their subjective priors, or in other words, their beliefs. This model does say that whatever their beliefs, new evidence should induce them to transform their beliefs to be more in line with this evidence (Gintis, 2017, p 91)

Entonces el modelo no dice nada del prior original, ni de cómo la evidencia es evaluada para transformar sus creencias, o de cómo ajustan los prior de actores diversos (que, recordemos, tienen una cognición en red). Todo ello queda fuera, pero es lo que le permite al modelo operar. Más en general, Gintis enfatiza, y esto como una de las diferencias claves de la socialidad humana, la capacidad de crear nuevas reglas del juego. Pero esta capacidad no está, a su vez, analizada: los análisis suponen la existencia de diversos juegos, pero como ellos se generan es nuevamente algo externo. Una parte esencial de lo que permite al modelo operar, o sea: las reglas del juego, las creencias, la función de preferencias de hecho, queda fuera del marco analítico. Lo que tenemos es un instrumental que es bastante flexible, pero que para que pueda generar explicaciones requiere de múltiples capacidades que son exógenas al modelo. Las visiones ‘equivocadas’ de lo que es la racionalidad (que es instrumental o egoísta) tienen la ventaja, se puede decir, de ser menos vacías.

En varias ocasiones Gintis insiste en lo universal de la idea de acción racional: si una bacteria puede analizarse comportándose racionalmente, es claro que este tipo de análisis no requiere de capacidades subjetivas altas (nadie piensa que una bacteria realice cálculos). Ahora, es la idea de fitness en biología, lo que permite el comportamiento racional sin racionalidad del agente. En otras palabras, se requiere un mecanismo para que sea posible la racionalidad sin cálculo, y ese papel queda sin respuesta en Gintis. En términos generales, Gintis insiste en que el comportamiento humano es producto de una coevolución de genes y cultura y, por lo tanto, tiene sentido buscar una base genética para el hecho de la internalización de normas. Pero de ahí no se aporta mucho más para cada norma en particular y el fitness biológico no requiere, en última instancia, ni consistencia de preferencias ni ajuste bayesiano, que es cómo Gintis define la racionalidad.

 

 

Ampliar la idea de racionalidad

Otra estrategia para superar las limitaciones del actor racional es preguntarse por el tipo de racionalidad supuesta en la explicación del rational choice. En ocasiones se encuentran modelos en la literatura de racionalidad limitada que incluyen otras formas de racionalidad de forma complementaria (Tabellini, 2008), por lo que hay cierta conexión entre estas tendencias. Sí se quiere, podemos sostener que el modelo de racionalidad limitada critica la idea empírica de racionalidad. La racionalidad tal como la presenta el rational choice, no corresponde a la conducta, por lo que se discute lo inadecuado de esa definición para pensar la racionalidad. Aquí un caso paradigmático lo ofrece la norma, ya examinamos cómo Gintis intentó incorporar esta nación en un marco de acción racional. Pero también se puede observar en la tradición del rational choice un cierto rechazo a la concepción del comportamiento basado en normas. Incluso cuando se reconoce que existen, su incorporación es difícil dentro del sistema. Una manera es reconocer que un comportamiento basado en normas y por fuera del campo de la racionalidad (Elster, 1989):

Similarly, people’s motives are determined by self-interest and by the norms to which they suscribe. Norms, in turn, are partly shaped by self-interest, because people often adheres to the norms that favours them. But norms are not fully reducible to self-interest, at least not by this particular mechanism. The unknown residual is a brute fact, at least for the time being (Elster, 1989, p 150)

En otras partes de ese escrito, Elster contrapone el comportamiento instrumental (racional) con, por ejemplo, lo que denomina ‘kantianismo cotidiano’: la idea que uno debe cumplir con una norma si ella es universalizable sin preocuparse de consecuencias. Lo interesante es que Elster permanentemente critica a ese ‘kantianismo’: ‘can lead to bad outcomes’ (p 194), ‘blamable’ (p 195), ‘rests on a form a magical thinking’ (p 195).

Una forma de razonamiento que se planteaba a sí misma como racional (y la diferencia entre el kantianismo cotidiano y la versión estricta no es relevante para ello) es denostada porque no es racional en la perspectiva del rational choice, dado que lo racional se define en términos de consecuencias y eficiencia. La discusión sobre normas médicas, en particular, la incorporación de la norma en medicina militar donde las bajas se atienden por seriedad sin distinción de rangos (p 114-116), también se analiza en términos que las desviaciones de la eficiencia, que esa norma implicaría, son irracionales. Entonces, lo normativo puede aceptarse como un hecho quedando ajeno a la racionalidad.

Otra forma de incorporar las normas es la de Coleman (1990, p 242-243), quien planteaba que las normas ocurren cuando ‘the socially defined right to control the action is held not by the actor but by others’, y la lógica de las normas está asociada a los temas de sanciones (y premios). Si se quiere, las normas son una forma de intercambio de derechos (siendo los derechos una idea de base en la argumentación de Coleman), y así pensadas las normas pueden incorporarse plenamente en la aproximación de la acción racional. Contra ese tipo de argumento Habermas, en un escrito anterior a la formulación de Coleman, recuerda que la idea de sanción resulta insuficiente.

Naturalmente, el agente puede adoptar frente a los valores y normas la misma actitud que frente a los hechos [la actitud que Coleman discute, la de encontrarse frente a sanciones]; pero ni siquiera podría entender qué significan valores y normas si no pudiera adoptar frente a ellos una actitud de conformidad, una actitud basada en el reconocimiento de su pretensión de validez (2010, p 702)

Esto es precisamente lo que se le criticó a Coleman, o sea, sus ideas no dan cuenta de lo que significa una norma. Y se podría alegar que no es la idea de derecho la que permite entender la norma, sino al revés. La noción de derechos a la acción que en Coleman transcurre como uno de los recursos que los actores intercambian, en realidad ya requiere ciertas ideas normativas y presupone capacidades del actor que no se entienden desde la rational choice:

It can be said provisionally that an actor has a right to carry out an action or to have an action carried out when all who are affected by exercise of that right accept the action without dispute (Coleman, 1990, p 50)

Pero, ¿de qué lugar salió esa capacidad de disputar, de discutir, esa capacidad de aceptar? Los actores sólo tenían intereses y control sobre recursos, ese es un sistema mínimo de acción para Coleman (1990, p 28-29); y resulta difícil entender cómo así pueden surgir estas otras capacidades. Esta discusión nos permite comprender qué es lo que se critica de la rational choice en esta aproximación: para entender estos temas se requiere una idea de racionalidad más compleja que la que permite la acción racional.

La acción racional deja como irracional muchos elementos que pueden, y resulta más adecuado, ser observados como racionales. Uno de los autores que se pueden incluir bajo esta perspectiva es Raymond Boudon (1995), para quién el baremo de la racionalidad es si el actor tiene buenas razones (no necesariamente razones ‘correctas’), y las buenas razones no se limitan a las instrumentales sino incluyen también las normativas.

Uno de los casos que usa para presentar lo anterior es un argumento de Adam Smith: ¿por qué a los ingleses del siglo XVIII, les parecía razonable que a los soldados se les pagara menos que a los mineros? En ambos casos hay fuertes peligros, pero en el caso de los soldados hay un componente simbólico (sus acciones representan a la nación), por lo cual reciben una compensación desde medallas a funerales especiales. Como los mineros no reciben esas compensaciones simbólicas, entonces por motivos de justicia deben recibir mayor compensación económica (Boudon, 1998, p 188-190). Esto sería, independiente de si el argumento nos parece correcto, una muestra de ‘buenas razones’ y en ese sentido son racionales. Para entender como racional este tipo de consideraciones resulta necesario pasar del modelo instrumental al modelo cognitivo.

Pero centrándonos en la idea de racionalidad limitada, ¿por qué los analistas se apresuran en determinar que tal y cual conducta es irracional? Por ejemplo, Boudon discute unos ejemplos de Tversky y Kahnemann sobre ‘desviación de racionalidad’: los siquiatras suelen inducir una relación entre depresión y suicidio, a partir del hecho que un número importante de sus casos manifiestan depresión e intentan suicidarse. Pero ello sería ‘irracional’, las personas estarían usando una heurística no racional de disponibilidad, porque, en realidad, con esos datos no es suficiente para alcanzar la conclusión, por ejemplo, les falta información sobre las personas sin síntomas depresivos que suelen no atenderse. Sin embargo, Boudon argumenta que el siquiatra sí tiene bases para obtener esa conclusión, al menos como plausible: ‘Il saut aussi que les tentatives de suicide sont rares, même parmi la clientèle d’un psychiatre, et que les symptômes dépressifs sévères ne son pas si fréquents’ Boudon (1995, p 175). El siquiatra tiene buenas razones que no pueden ser simplemente tachadas como irracionales por el analista. De hecho, se pudiera decir que ese tipo de razonamiento es al menos informalmente ‘bayesiano’, que ese tipo de inferencias son las racionales. y que usa otras formas de razonamiento estadístico (frecuentista, por ejemplo).

En ese sentido, Boudon quiere enfatizar que, finalmente, la racionalidad se define por tener ‘buenas razones’, y ellas resultan bastante más amplias de lo que permite el modelo usual de la rational choice.

Il [el modelo cognitivista] part d’une idée simple: elle consiste à admettre que le sujet social se débat dans la complexité des problèmes axiologiques et cognitifs auxquels il est confronté à l’aide de conjectures plausibles, de conclusions établies à partir de principes qu’il peut considérer comme acceptables et que, même derrière qui, bien que douteuses, revênent ce qu’on peut appeler une «quasi-universalité» (Boudon, 1995, p 172)

La idea de la acción comunicativa en Habermas (2010) se basa también en que la acción racional estándar representa una versión incompleta de la racionalidad. Pero aquí el argumento es más fuerte, porque no es tan sólo que existan otras áreas donde se puede aplicar la racionalidad, el argumento es que esa versión no se autosustenta.

La racionalidad en Habermas tiene que ver con las pretensiones de validez de algo. La idea de la acción orientada al éxito no sería útil para discutir las pretensiones de validez de aquello que no se refiera al mundo de los objetos. Pero a su vez, la acción estratégica (la forma social de la acción orientada al éxito en Habermas) no da cuenta del hecho básico: que los actores son sujetos que pueden discutir entre sí las pretensiones de validez de las afirmaciones, incluyendo las del mundo objetivo. En ese sentido sólo puede mirar a los otros como actores que toman decisiones, pero no como actores comunicativos: ‘La acción estratégica, en tanto que diferenciación de la actividad teológica, sigue siendo un concepto que en lo que a presupuestos ontológicos se refiere, tampoco exige más que un solo mundo [el objetivo]’ (Habermas, 2010, p 121). Es por ello que la racionalidad orientada al éxito, en última instancia, no puede dar cuenta de sí misma y requiere una racionalidad comunicativa: la acción estratégica requiere de ciertas afirmaciones sobre el mundo, pero es sólo la racionalidad comunicativa la que me permite analizar desde una teoría de la racionalidad esas afirmaciones (Boudon, 1995, hace el mismo punto). Si los actores han de entenderse entre sí, comprender lo que dice el otro, requieren comprender -plantea Habermas- la pretensión de validez que entraña todo acto de habla y generar entonces un vínculo racionalmente motivado, eso es lo que estructura una racionalidad comunicativa. Por consiguiente, ella requiere un actor que es más complejo y que se refiere a más mundos que lo que permite la acción estratégica: Es necesario reconocer que hay más de una pretensión de validez en el habla para poder comprender lo que ocurre cuando las personas se comunican entre sí:

Con la fuerza ilocucionaria de una emisión puede un hablante motivar a un oyente a aceptar la oferta que entraña su acto de habla y con ello contraer un vínculo (Bindung) racionalmente motivado. Este concepto presupone que los sujetos capaces de lenguaje y de acción pueden referirse a más de un mundo, y que al entenderse entre sí sobre algo en uno de los mundos basan su comunicación en un sistema compartido de mundos (Habermas, 2010, p 323)

Los actores saben que se enfrentan a un mundo objetivo que es necesario diferenciar del mundo social, puesto que las acciones posibles de realizar con uno no son las que se realizan con otro (con las personas se puede hablar, no con las piedras); y al mismo tiempo han de reconocerse entre como disponiendo cada uno de su propio mundo subjetivo (el reconocimiento por parte del sujeto que los otros sujetos tienen sus propias mentes, que es de hecho, parte de lo que permite diferenciar el mundo objetivo del social). Todo este argumento nos invita a ir más allá de la racionalidad orientada al éxito. A su vez, es relevante recordar que la ampliación de Habermas de la idea de racionalidad, no implica que la acción estratégica no exista -sólo que no puede dar cuenta de sí, y sólo bajo la idea de acción comunicativa podemos encontrar una noción de acción que se sustente a misma.

Resulta posible retrucar al respecto en torno a ¿por qué sería necesario un modelo comunicativo para analizar el tema de la validez de las creencias? Los modelos más exigentes de racionalidad, aquellos basados en la idea de una racionalidad bayesiana, tienen un modelo de ajuste racional de creencias, y dado que hay modelos bajo los cuales la preferencia y la creencia quedan integrados (como ya vimos), la pura racionalidad orientada al éxito daría cuenta de estos temas. Sin embargo, ello resulta insuficiente. El ajuste bayesiano es un ajuste a partir de probabilidades anteriores, pero como no hay nada en el propio esquema que permita decidir entre varias de esas probabilidades (es un elemento subjetivo), ¿qué sucede cuando se cruzan dos razonadores bayesianos con probabilidades anteriores distintas? (Albert, 2003). Es aquí entonces que se hace notar la fuerza de la idea de Habermas, que la acción estratégica no permite comprender al actor en tanto actor comunicativo con razones: no tiene espacio para comprender como discusión sobre razones cuando dos actores discuten sobre el mundo3. El modelo de acción estratégica, entonces, deja fuera necesariamente del campo de la racionalidad (no sólo como algo poco común, sino ni siquiera como algo pensable) la discusión entre actores. Y en un mundo donde hay pluralidad de actores, y donde uno de los hechos básicos es que ellos conversan y se comunican, dejar fuera esa actividad del campo de la racionalidad no parece razonable.

En ambos autores resulta válida una frase de Mary Douglas: la primera necesidad de un actor racional es tener un mundo comprensible (Douglas y Isherwood, 1979). Al mismo tiempo, las diferencias entre ambos autores nos muestran lo difícil que resulta entender este tipo de racionalidad. Boudon (1995, p 221) plantea que su teoría se diferencia crucialmente de la teoría habermasiana por su insistencia en el carácter objetivo de las buenas razones. Mientras en Habermas bastaría para dar por racional una creencia, el que sea el resultado de una discusión franca y abierta en condiciones perfectas de comunicación, Boudon insistirá que se requieren razones sólidas porque de otro modo se caería en el relativismo de ‘si los actores dan las razones por válidas, serán válidas’. Pero sin tener criterio alguno para establecer qué es una razón sólida, más allá de remitirse al sentido común y a los que nos parece razonable, Boudon tampoco puede responder a su propia crítica (ver Manzo, 2014, p 25).

La diferencia clave es que en Boudon para que la acción sea pensada como racional, el actor debe independientemente haber llegado a esa conclusión, contraponiendo entonces la influencia social a una explicación cognitivista de las buenas razones, donde tener buenas razones no requiere influencia social (Boudon, 1995, p 161-201), mientras que en Habermas es un proceso de discusión lo que permitiría establecer que es lo racional. Luego, desde Habermas el argumento de Boudon no funciona porque ¿cómo, si no a través de dar razones para la crítica pública, podría mostrar que mi razón es sólida? ¿Y no requiere el mismo Boudon que sus razones sean transubjetivas y convincentes (Boudon, 1995, p 67), y ello requiere una discusión social? Ahora bien, y saliendo de la discusión de estas dos formas de racionalidad ampliada, si cada comunidad tiene su respectivo mundo de la vida al que como tal queda más allá de la discusión racional, ¿cómo resulta posible plantearse una crítica general o que vaya más allá de la internalidad de ese mundo de la vida? ¿O que se ponga la cuestión de quiénes están fuera de ese mundo de la vida y de esa comunidad comunicativa? (Dussel, 1998, parágrafo 279-280). Hay todavía elementos que estas teorías de ampliación de la razón dejan sin analizar.

Teorías de Sujetos

No todas las teorías del actor creen que su racionalidad sea una característica central, y parten de fundamentos bastante distintos. Lo relevante es cómo los actores se constituyen como sujetos y eso no podría entenderse desde una teoría racionalista de la acción. Se insistirá, entonces, en que existen aspectos del actor que no pueden entenderse intencionalmente, por ejemplo, no resulta posible intencionalmente ser espontáneo o dormir (Joas y Knöbl, 2009, p 119)

Un elemento que resulta importante subrayar de los textos que mencionaremos es que esta expansión más allá de la acción racional no implica una recuperación del Homo Sociologicus, o la idea que el modelo de acción es uno en el cual el actor replica las normas asociadas a su rol. Y es claro a qué se debe ello: ese es un tipo de actor adecuado para un modelo estructuralista. Así, lo que busca esta propuesta es insistir en la acción-qua-acción más que cualquier teoría racionalista.

Desde este punto de vista, las teorías del actor racional no son suficientemente accionalistas. Al representar un tipo de actor con un solo tipo de racionalidad, entonces, en muchos casos, es posible deducir su acción desde la estructura: dada una estructura de incentivos, entonces un actor racional se comportará de una forma determinada (Alexander, 1988). No estará de más recordar que existió una corriente del marxismo analítico (fue así como se inició académicamente Elster) que usaba como fundamento la acción racional individual.

Bajo esta perspectiva sólo una teoría que tome realmente en serio la subjetividad podría dar cuenta de los actores. Hans Joas es uno de los autores contemporáneos que más importancia le ha dado a estos temas, y en particular ha enfatizado la relevancia de la acción como creatividad y como expresividad (Joas, 1996), siendo estos aspectos que claramente requerirían una perspectiva que no pregunte desde el punto de vista de la racionalidad.

Se argumenta que la acción de las personas no se deja comprender como una mera adecuación instrumental medios-fines, ni tampoco mediante su contrario de acción normativa: En primer lugar, se requiere pensar en una intencionalidad que va más allá de la cadena medios-fines, donde la acción elige medios para fines predefinidos; lo que se requiere es pensar en un tipo de acción donde los medios y fines se realizan y generan mutuamente en el proceso mismo de la acción (Joas, 1996, p 154). En segundo lugar, se requiere pensar que la acción es la de un cuerpo actuante, siendo que las versiones racionalizantes tienden a abstraer la corporalidad del sujeto. Se asume también que es a través de la socialidad que se genera el propio sujeto en cuanto tal. Argumento fundante del pragmatismo en ciencias sociales y de su continuación en el interaccionismo simbólico (Joas y Knöbl, 2009). En última instancia, la acción es también expresividad del propio ser del sujeto, que no actúa sólo para buscar fines externos.

La tradición basada en la obra de Touraine (2009; 2013) también se basa en una fuerte idea de la importancia de la construcción de sujetos, y en los últimos años ha enfatizado una idea de sujeto que se construye fuera de la sociedad. Touraine ha enfatizado en sus textos más recientes el hecho que en la mirada tradicional los actores sociales se piensan e interpretan desde la sociedad; pero los cambios sociales contemporáneos han dislocado la sociedad, la han hecho perder su unidad y luego empieza a quedar clara la de-socialidad del sujeto si se quiere.

En Touraine, el sujeto es ante todo un principio de libertad, entendida como capacidad de auto-creación: ‘Ce ne sont pas les intérêts privés que doivent être protégés par les lois de la nature, de Dieu ou de l’État, mais l’affirmation de la capacité d’autrocréation et d’autotransformation des êtres modernes, individuales et collectifs’ (Touraine, 2013, p 220). Y ello es una capacidad pre-societal, algo que está antes de la construcción de la sociedad. Al mismo tiempo, es un sujeto cuya individualización no puede entenderse en términos de acción racional (o desplegarse plenamente en el mercado), porque es esa capacidad de auto-creación la que convierte a un sujeto en sujeto. El lenguaje del interés, el de la acción racional, es un lenguaje de los sistemas: ‘Les systèmes, économiques ou politiques, nationaux ou internationaux et globaux, sont orientés par la recheche de l’intérêt, tandis que les acteurs sont guidés par l’affirmation de leurs droits’ (Touraine, 2013, p 91)

Esto no quiere decir que el sujeto no esté asociado a ciertas configuraciones sociales: es cuando la organización se basa en la igualdad y el fundamento de los derechos se ve en términos individuales que el sujeto aparece como un elemento central de la vida social (Touraine, 2013, p 214). Pero en sí mismo el principio del sujeto no es uno que se oriente societalmente, sino que se basa en los derechos universales de los individuos, y en la ética que de ahí se desprende; y el principio de acción que ahí existe es independiente de la sociedad, aun cuando pueda ser central en algunas configuraciones específicas: ‘Il faut chercher le sujet en chaque individu, parce qu’il y est present comme exigence universelle de liberté er d’égalité’ (Touraine, 2013, p 24).

En suma, el sujeto es realmente sujeto cuando se separa de los sistemas y estructuras, y se centra en su propia capacidad de auto-creación. Esta visión ha influenciado a otros autores que siguen en las líneas de Touraine. Así Dubet (1994) nos presenta una crítica de la tradición sociológica que siempre ha visto la unidad del actor y la sociedad: ‘Elle [la sociología tradicional] définit l’action sociale comme la réalisation des normes et des valeurs, institutionnalisées dans des rôles interiorisés par les individus’ (Dubet, 1994, p 21). Independiente de si se usan modelos sistémicos o de acción, eso sería lo común de la disciplina (y Dubet en ello enfatiza la herencia durkheimiana). Ahora, ¿qué se requiere, según Dubet, para abandonar esas ideas? ¿Dónde queda más clara la diferencia del actor y del sistema, que el actor no está totalmente socializado? En la afirmación que el sujeto se constituye como tal, y ello se muestra principalmente en la crítica.

El actor es actor en cuanto es un agente crítico, y en esa lógica reflexiva de la cual surge la crítica es cuando se forma como sujeto (Dubet, 1994, p 103-105). La lógica del sujeto no coincide con las lógicas de la comunicación que integra o con la lógica de la acción estratégica, sino ‘dans l’activité critique, celle qui suppose que l’acteur n’est réductible ni à ses rôles ni à ses intérêts quand il adopte un autre point de vue que celui de l’intégration et de la stratégie’ (Dubet, 1994, p 127). Insistamos: es en la crítica que aparece la distancia que establece la subjetividad.

En estas teorías de la subjetividad el modelo no-instrumental del sujeto puede proponerse como el modelo correcto de acción, o como uno de varios modelos de acción. De acuerdo con esa afirmación, el problema de otras teorías de la acción es que piensan como si existiera un sólo modelo de acción, sin reconocer la existencia otros modos. Más aún, si existen varias formas de acción, entonces el movimiento entre esos modelos, el reconocer cuál de ellos es el que opera en tales y cuales circunstancias, pasa a ser también un problema para los propios actores:

Por cela, il nous faut reconnaître que ces figurations de l’action ne sont pas seulement l’œuvre de chercheurs se disputant sur le bon modèle, mas des équipements majeurs de la société servant à la coordination des êtres humanis au sein d’un monde matériel. Des ces arts sociaux, les sciences sociales devraient se consacrer à l’examen systématique (Thévenot, 2006, p 48)

Thévenot distingue al menos tres formas de ‘involucramiento’ (engagement) en la vida social: una es la acción en público, donde se refleja y es evaluada por los otros o el modo de la justificación; otra es la acción del individuo autónomo y de sus preferencias y estrategias (el modelo instrumental conocido) o el modo del plan; otra es el involucramiento práctico, habitual, íntimo o el modo familiar (ver en particular Thévenot, 2006, Cap 3). Esta es una argumentación que al pluralizar los modos de acción no sólo opera como crítica del modelo hegemónico de la acción racional, sino además critica cualquier idea de un modelo único de acción. Al hacer ello, pone la pregunta sobre cómo se relacionan esos modos, y así se mueve desde la acción hacia la coordinación: no sólo porque cada uno de estos modos implica formas de coordinación, sino porque la pregunta práctica sobre su relación también tiene implicancias en la interacción, ya que abre la situación en la cual un actor opera en un modo y un segundo actor opera en otro modo. Complejizar el mundo de la acción implica necesariamente salir de la pura acción.

En todas estas vertientes para entender al actor es necesario ir más allá de la racionalidad, en particular de la estándar: frente al individuo con preferencias, el sujeto que crea. Este ir más allá de la racionalidad estándar, en ocasiones también concluye en argumentar que en realidad ella no constituye un buen modelo, o por lo menos un modelo completo de la racionalidad medios-fines. Siguiendo con Thévenot, el ‘involucramiento’ del sujeto autónomo que busca planificar su acción requiere de una serie de elementos que no siempre son tomados en cuenta en esos modelos. No es una capacidad simplemente dada, sino que se requieren de una serie de elementos: las ‘artes’ del plan que se refiere Thévenot (p 119-122). La racionalidad necesita de toda una serie de apoyos cognitivos y delimitaciones para que sea, en principio, posible realizar un plan.

Estas visiones centradas en sujetos expresivos, en sujetos auto-creados, en todo caso, han sido relativamente marginales. Así sucede con el interaccionismo simbólico y sus descendientes (Joas y Knöbl, 2009, p 512). En el caso del análisis de Touraine ha tenido más influencia, en particular en Chile pero sin instalarse como central, a través de su preocupación con sujetos colectivos.

En algún sentido, si bien se puede llegar a reconocer que plantean afirmaciones relevantes, el edificio construido a partir de ellas resultó no ser tan atractivo: del interaccionismo simbólico se podría plantear tras toda la profundidad filosófica no se generó un aparato analítico detallado. En el caso de Touraine, la idea que el sujeto representa un principio no-societal, o la afirmación de Dubet que el sujeto se construye en la crítica pueden ser interesantes, pero ¿queda claro en qué consiste este sujeto que está más allá de los roles o intereses? ¿No diría un partidario del rational choice que su individuo no se reduce tampoco a los roles sociales?

Comparado con lo fructífero que ha resultado toda la aproximación que se inicia desde la acción racional (y que incluye a todos los críticos que trabajan para responder la pregunta sobre la racionalidad) esta tradición lo ha sido bastante menos. Sin embargo, la conjunción de las ideas: a) la subjetividad se basa en la intersubjetividad y que b) al mismo tiempo el individuo no se puede reducir al conjunto de sus roles, es relevante dado sus potenciales aportes. 

 

Discusión: ¿Por qué preguntarse sobre la racionalidad del actor?

La teoría de la racionalidad ha sido ampliamente discutida y cabe la pregunta, ¿por qué tiene esta centralidad? La respuesta tiene dos niveles.

El primero es más general, ¿por qué una teoría del criterio de decisión aparece como central en las ciencias sociales? Esto es relevante debido a que existe una línea de análisis que mantiene más bien una idea puramente instrumental de su uso: es un modelo simple del actor que resulta bastante limitado, pero sirve para poner el centro de la discusión en lo que debiera ser lo relevante para las ciencias sociales: la variación de las formas de interacción. Este es uno de los argumentos en el ya clásico Economic Action and Social Structure de Granovetter (1985). Más aún, podemos observar que ha sido -en realidad- parte del procedimiento real de los estudios bajo el marco de la acción racional. Varias de las distinciones básicas en teoría de juegos, por ejemplo, se basan precisamente en una modificación de las reglas de interacción. Se puede recordar que un resultado clásico en economía es el modelo Arrow-Debreu que muestra que actores racionales, siguiendo las reglas de intercambio del mercado, alcanzan equilibrio general. Ahora bien, el parámetro ‘libre’ del análisis es la estructura de interacción, y bien podríamos plantear que, entonces, lo que explica realmente no es el modelo de actor racional, sino que los cambios de estructura. Entonces, ¿por qué un modelo de acción es visto como algo crucial, incluso cuando desde la perspectiva de una ciencia social podría observarse sólo como un modo de simplificar contextos?

Lo segundo es ¿por qué, a pesar de todos los problemas -siempre reconocidos- el modelo de acción racional sigue en pie? Además, se puede hacer lo siguiente: En las declaraciones teóricas canónicas siempre se reconocen las limitaciones, pero en su uso esas limitaciones se olvidan. Se nos dice que el actor racional no necesariamente es egoísta, pero en buena parte de los estudios se usa efectivamente ese supuesto. Se nos dice que no es instrumental, pero también -a la larga- se usa la idea de medios-fines. Se nos dice que ni siquiera requiere maximización, pero buena parte de los análisis, al final, usa como predicción de decisión el punto de máxima utilidad.

Aquí solo esbozaremos una estrategia de respuesta a estas preguntas. La hipótesis de trabajo es que el modelo de acción racional estándar es una tecnología para la acción: el intento no es tanto describir un mundo, como construir un mundo. Es por ello que el uso normativo de la idea de racionalidad resulta uno de sus más cruciales y nos muestra el límite de la idea de racionalidad limitada: Porque mantiene como baremo y canon de la racionalidad, el modelo estándar. Un modelo estándar que en la práctica, como vimos, se usa de una manera muy específica (y no con la amplitud que dice la teoría). El desarrollo del capitalismo, justificaremos al final esta aserción, requiere la expansión de un modelo de acción racional y de actores que puedan amoldarse a ella.

¿Qué es lo que ofrece, bajo esta idea, la racionalidad, y qué la diferencia de la acción común? La acción común se caracteriza por la variedad de criterios de valoración en juego, que no son reducibles entre sí y de los cuales emerge una acción a partir de un enjuiciamiento en el cual se ponderan, se mezclan, los diversos criterios. Ello genera una decisión que tiene sentido para el actor y que puede caracterizarse como intencional (aunque no siempre), pero que no puede comprenderse como equivalente a un proceso racional, no puede reducirse a un algoritmo decisional que de manera inequívoca genere una acción. Claridad, predictibilidad, imposibilidad de los conflictos entre criterios, en última instancia una decisión que quiere ser automática y aproblemática, eso es lo que la racionalidad genera4. La reducción a un sólo criterio de acción que permita ordenar las preferencias de acuerdo con lo que la teoría requiere (recordemos, completitud, transitividad etc.) es lo que permite la racionalización. Conste que esa reducción no es requerida para la acción como tal. Ni siquiera es requerida para que la acción sea ‘razonable’ o defender la idea que hay buenas o malas decisiones; sólo es requerida si lo que estoy buscando es una claridad y predecibilidad, en otras palabras, facilitar el control5.

Esto último se puede argumentar de la siguiente manera. Si la multiplicidad de criterios de acción, es vista como equivalente a los problemas de decisión colectiva (con criterio en la función que el actor tiene en esos modelos), entonces se podría adaptar el viejo teorema de la imposibilidad de Arrow: no hay forma de diseñar un procedimiento que no genere alguna paradoja. Ahora bien, los procedimientos generan decisiones y esas decisiones son defendibles; pero simplemente no siguen los criterios de racionalidad (por ejemplo, no cumplen con la transitividad). Para generar una decisión con sentido y que sea aceptable para el actor, no se requiere la racionalidad, ella se requiere si además se ponen otras exigencias.

Esto también nos explica porque en la práctica no sólo se necesita usar el modelo estándar en términos amplios, sino que usar el modelo de una forma muy estrecha y concreta. El modelo amplio de racionalidad no predice nada, dado que la función de preferencia queda abierta, dado que incluso las probabilidades anteriores en el razonamiento bayesiano son también parámetros libres, sucede que cualquier acción puede ser interpretable como racional. Es cosa de ajustar las funciones libres para generar cualquier elección bajo este modelo.

Para generar una predicción concreta requiero limitar las posibles funciones de utilidad (y las posibles creencias). El modelo del actor egoísta que sólo mira la utilidad material (reducida a precios, a valor monetario) es la única forma en que resulta posible generar esa predicción clara y precisa a partir del modelo de acción racional. Es el mismo proceso por el cual toda actividad creadora, generadora, o elegida por sí misma queda fuera del análisis -incluso aunque, bajo la declaración teórica canónica, podría ser ingresada: porque resulta muy difícil de integrar a la exigencia de construir una predicción.

Es sólo si el listado de posibles opciones es algo ya dado y resulta ajeno al actor, que resulta posible entonces generar una decisión clara y predecible. Si la racionalidad lo que hace es cambiar lo impredecible por lo predecible, lo ambiguo por lo claro, la multiplicidad y conflicto de valoraciones por el criterio único de valuación, la pregunta se vuelve entonces ¿qué procesos son esos que requieren o generan ello?

Aquí podemos volver a uno de los argumentos de los defensores de la acción racional: el hecho que la acción de varios animales es racional y luego puede defenderse ese modelo sin requerir cálculos explícitos. Pues bien, en el caso de la biología lo que permite lo anterior es precisamente a) lo unívoco del criterio de fitness: es simplemente el éxito reproductivo, y b) la prohibición de trayectorias fuera de ese criterio: las características que no se reproducen, desaparecen. Esas dos condiciones estructurales son las que permiten la emergencia de conductas que son, efectivamente, analizables desde el prisma de la acción racional.

Ahora bien, ¿bajo qué procesos sociales ocurre lo anterior? Bajo el capitalismo, se puede decir, se enfatiza como criterio de evaluación los aspectos monetarios (i.e lo que genere mayor ganancia es mejor); y quienes no usan ese criterio son eliminados del proceso (i.e es desplazado en el proceso competitivo). Diversas tendencias al interior del capitalismo fortalecerían lo anterior: una empresa familiar puede mantener otros criterios más allá del económico de manera más fácil que grandes empresas. Esta aproximación es una que, en principio, puede explorarse empíricamente porque de ella derivan consecuencias empíricas: las empresas debieran ser más ‘racionales’ que los consumidores; las empresas por acciones más ‘racionales’ que las familiares; las situaciones de mayor competitividad también debieran aumentar el nivel de racionalidad, etc.

Más aún, dado que la exigencia de un resultado racional se realiza sin pasar subjetivamente por un proceso completamente racional, las preguntas pasan a ser por las formas y tecnologías que facilitan ese tipo de acción (recordemos aquí las ‘artes’ de la planificación en Thévenot, la idea de habitus en Bourdieu etc.); y por sus límites. Ello es lo que posibilita prácticamente la acción racional

El capitalismo promueve la existencia de un criterio basal de acción racional que no por nada es conocido como bottom line para las decisiones, y la emergencia de espacios donde ese criterio basal funda la dinámica del conjunto. Ello explica la relevancia del rational choice como forma de pensar para, y como tecnología de la acción en, las sociedades contemporáneas.

 

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1 Presentado en Coloquio de Sociología Económica, Universidad Central, Santiago.

2 Sociólogo, Universidad de Chile, Santiago, Chile. Correo electrónico: juan.jimenez.a@ug.uchile.cl

3 De hecho, esto se puede notar en discusiones sobre democracia. Las aproximaciones racionalistas sólo pueden entender la democracia como agregación de preferencias, lo que queda fuera de toda posible discusión es la discusión deliberativa (Habermas, 1998, p 371-372). La idea de deliberación puede pensarse como pura idealidad, pero es claro que -racionales o no- ocurren procesos de cambio de opinión; y si la racionalidad instrumental es pensable como versión ‘ideal’ de la decisión, no se ve razón alguna para no tener una versión ‘ideal’ del cambio de opinión

4 Nussbaum (1995, Cap 4) ha analizado a Platón, en particular el Protágoras como una visión que intenta racionalizar la acción eliminando toda posibilidad de conflicto práctico: bajo condiciones de múltiples criterios, ellos pueden entrar en conflicto; toda decisión implica una pérdida en ese conflicto. Pero si reducimos todos los criterios a uno sólo, en el cual además cada decisión pueda ordenarse de manera clara, la posibilidad de conflicto desaparece. El intento de Platón sería equivalente al de la teoría moderna de la racionalidad; con la diferencia que Platón era claro en que eso implicaba cambiar la forma en que las personas efectivamente razonan.

5 Del mismo modo que la falta de ambigüedad del lenguaje natural no es un problema del lenguaje natural, que funciona con, y a través de, la ambigüedad; y la exigencia de claridad es producto de otros lenguajes, externos.

REVISTA CENTRAL SOCIOLOGÍA, Nº 8, 2018. ISSN Nº 0718 - 4379. pp. 7-30