El peso de la financiarización de la vida diaria del nuevo proletariado de servicios en Chile

The burden of the financialisation of daily-life in the new white-collar proletariat in Chile

Fecha de recepción: 10 de octubre de 2017 / Fecha de aprobación: 5 de marzo de 2018

Alejandro Marambio Tapia1

Resumen 

¿Por qué parece ser tan aceptable estar endeudado en la sociedad chilena? El crédito y la deuda son, actualmente, esenciales para el financiamiento que las familias hacen de sus proyectos familiares, sean estos relacionados con educación, mejoramiento del hogar o simplemente abordar el consumo cotidiano de bienes y servicios. Estas prácticas económicas se insertan en la financiarización de la vida cotidiana (Martin, 2002) en Chile, donde el gran retail ha tenido un rol protagónico.

Este artículo explora los procesos de legitimación del crédito, en particular, en el nuevo proletariado de servicios del Chile urbano, a través de un análisis de sus prácticas, significados, materialidades y conocimientos en el uso del crédito, y a través de la construcción de “trayectorias de deuda”.

El crédito se ha incrustado en las prácticas del manejo presupuestario familiar y de compra. De esta forma, el uso del crédito se ha normalizado en el marco de interacciones, aspiraciones y valores de los hogares chilenos. Mecanismos morales y sociales situados en la vida diaria dan sustento a esta normalización tanto de la práctica presente, como las justificaciones del uso pasado y futuro del crédito.

Palabras clave: Deuda, financiarización, normalización, economía moral

 

Abstract

Why debt seems to be so widely acceptable in Chilean society? Credit and indebtedness have become key features in the way how families leverage resources to finance their plans and everyday consumption. These credit practices are embedded in the financialization of everyday life (Martin, 2002), where supermarkets and department stores have proven crucial.

In this article, I explore the normalization processes supporting the widespread use of credit, in particular amongst the new white-collar proletariat in urban areas of Chile. I collected data about the practices, meanings, skills & knowledge and materials regarding credit use to construct “debt careers”.

Credit is attached to budgeting and purchasing practices. Therefore, the use of credit has become normalised in a frame of household interactions, aspirations and values. Moral and social mechanisms are at the core of the justifications and meanings that support the normalization of the past, present and future use of credit.

Keywords: Debt, financialisation, normalisation, moral economy

Introducción

La antigua imagen de la pobreza en Chile, basada en carestía y subsistencia, ha evolucionado a otra caracterizada por menos privaciones, pero con más impotencia, restricciones e invisibilidad (FSP, 2010). La expansión del consumo ha significado una importante alza en la tenencia de bienes durables, cambios en la estructura de gasto de los hogares y acceso a tecnologías. En ello, el crecimiento económico ha sido decisivo, pero mucho más, la expansión crediticia. Si bien los ingresos han subido en las últimas décadas, más lo ha hecho el endeudamiento de los hogares. El crédito ha cambiado la biografía de las personas y sus hogares. Treinta años atrás, un mueble era una inversión para toda la vida; hoy, puede ser remplazado en cualquier momento o lugar. Más allá de la caída de los precios relativos, el crédito ha hecho trivial algunas formas de consumo (por ejemplo, compra de electrodomésticos, automóviles y dispositivos tecnológicos), en la medida que el acceso a bienes y servicios se ha hecho más simple.

La otra cara de esta expansión del crédito hacia grupos de ingresos bajos y moderados es la expansión del “sufrimiento del consumidor” (Bourdieu, 2001; Olsen, 2008). Bourdieu habló sobre la legitimidad del crédito para ganar estatus social, por ejemplo, a través de una hipoteca de 20, 30 e incluso 40 años. Se preguntaba por qué la gente escogía el sufrimiento social de deber dinero durante décadas. Para Bourdieu, el habitus explicaba por qué para algunos era una jugada inteligente, producto de circunstancias individuales y colectivas. Esto es, si bien la gente no está obligada a tomar hipotecas, sí se siente “forzada” para cumplir con lo que perciben como la normatividad de las aspiraciones en la sociedad. Sin duda, las aspiraciones normalizadas en nuestra sociedad inciden indirectamente en la legitimación del crédito. Detrás del crédito hay gastos mucho más pequeños y triviales que una propiedad, pero que sí contribuyen a tener una “vida digna”, de acuerdo al discurso de las familias usuarias del crédito.

El objetivo de este artículo es examinar los significados sociales de las prácticas crediticias de los hogares del nuevo proletariado de servicios urbano en Chile. Estos hogares se han visto particularmente impactados por la expansión del crédito liderada por el llamado gran retail (casas comerciales y supermercados, entre otros) durante las últimas décadas. Al observar cómo estas prácticas están incorporadas en la vida cotidiana, intento mostrar su prominencia, pero esencialmente cómo contribuyen a la normalización del crédito. Mi propuesta es prestar atención a la economía real y observar qué mecanismos hay detrás de la expectativa normal de estar endeudados en la sociedad chilena. Para abordar estas cuestiones es necesario formular respuestas más allá del marco de los economistas, es decir, mirar más allá de un modelo de acciones económicas tendientes a un equilibrio entre oferta y demanda. También es necesario considerar al crédito en un contexto de consumo ordinario y cotidiano, en las finanzas de los hogares de ingresos bajos y moderados. La meta es investigar las prácticas crediticias a nivel micro, analizando los procesos de legitimación moral y adaptación llevados a cabo por los hogares.

En la segunda sección de este artículo introduzco el marco de referencia conceptual para este artículo, donde menciono las categorizaciones del crédito tanto desde la perspectiva “simbólica”, esto es, como un catalizador de la sociedad de consumo, como de la perspectiva “realista”, es decir, desde la mirada de la financiarización de la sociedad. También hago menciones operacionales a la idea de economía moral y normalización. En la siguiente sección abordo los aspectos metodológicos de la investigación que da sustento al artículo, y al uso particular del concepto de práctica.

En la cuarta sección, analizo los principales eventos en las trayectorias de deuda de los jefes de familia muestran cómo sus desastres crediticios contribuyen a la normalización del crédito. Además, describo las prácticas materiales de los hogares, sus diferentes fuentes y usos de crédito, la prevalencia de las tarjetas de grandes tiendas y supermercados, y otras prácticas fuera del mercado, para examinar cómo contribuyen a la legitimación del crédito. Para finalizar, intento conectar las implicancias macro y micro de la deuda. y los problemas morales de las economías domésticas, señalando posibles direcciones para ampliar la discusión.

 

Marco conceptual

En esta sección desarrollo un marco conceptual para el análisis situado de las prácticas de crédito y los procesos de legitimación experimentados por los hogares. Para ello, hago un breve recorrido por las comprensiones del crédito en el contexto de la expansión de la sociedad de consumo en Chile hasta los posteriores desarrollos de la sociología del crédito. Vinculo esta última parte del recorrido con el marco de la financiarización, en particular con la idea de una relación bidireccional entre las lógicas financieras y cotidianas. Finalmente, me refiero a los marcos morales de la economía como herramienta útil para la comprensión de la normalización del crédito y la deuda.

Para empezar, opto por referirme brevemente a las especificidades de la expansión crediticia chilena y cómo se articuló este proceso con la modernización capitalista y el surgimiento de la cultura de consumo en Chile. La expansión del crédito debe entenderse en su contexto histórico y en relación con los sujetos específicos a los que se dirige el crédito. Sostengo que durante las décadas de 1990 y 2000, los grandes minoristas se centraron en las personas de bajos y medianos ingresos como objetivos principales para la expansión del crédito, y siendo crucial para la consolidación de los mercados crediticios y la normalización del crédito. En este proceso el rol del Estado neoliberal fue clave, tanto para el desarrollo y consolidación de los mercados del crédito, como para la legitimidad moral de su uso, ya que la gran expansión del consumo -financiada en gran parte por el crédito- fue considerada como uno de los grandes avances sociales, tanto en dictadura como en los gobiernos democráticos que le siguieron. Sin embargo, la expansión del crédito al consumidor comenzó mucho antes, a fines de la década de 1970, con la llegada de la primera tarjeta de crédito bancaria en 1978, dirigida principalmente a las clases medias altas. Fue la decisión de desregular el sistema financiero durante la década de 1980 que dio lugar al nacimiento de pequeños prestamistas institucionales, a menudo derivados de créditos de consumo de los bancos más grandes. El perfil institucional de la expansión neoliberal del crédito ha sido sugerido como un facilitador de nuevas estrategias de acumulación (Soederberg, 2012), permitiendo el surgimiento de grandes grupos económicos capaces de invertir dinero y crear empleos y formas de disciplina social (Moulian, 1998; Gerber, 2014), suponiendo que los trabajadores endeudados estén más preocupados por perder trabajos y, por lo tanto, se vuelvan menos activos políticamente. Después de esta expansión crediticia inicial impulsada por los bancos, durante la década de los noventa, nuevos prestamistas ingresaron al mercado dirigidos a nuevos clientes y nuevos grupos sociales se convirtieron en sujetos de crédito. A fines de la década de 1980, los principales grandes almacenes ya tenían sus propias tarjetas de crédito. Sin embargo, el cambio más importante fue el lanzamiento de Presto, la tarjeta de crédito de supermercados Líder, en 1996. A partir de este momento, tiendas de para el consumo cotidiano y ordinario irrumpieron masivamente en el panorama financiero nacional. Estos nuevos prestamistas institucionales (grandes almacenes, supermercados y otros minoristas) hicieron su innovación financiera al centrarse en grupos que antes no estaban destinados al crédito, como grupos de bajos ingresos, amas de casa, jubilados y estudiantes. Esta inclusión financiera fue etiquetada como una “democratización del crédito” por las autoridades políticas y por los propios prestamistas. ¿Por qué los minoristas ingresaron al mercado crediticio? Se ha argumentado que fue para fabricar o ‘sembrar’ nuevos clientes (véase, Ossandón, 2014), y también debido a la desregulación del mercado y al gran tamaño económico de los controladores de tiendas y supermercados, gracias a su concentración de capital (Montero y Tarziján, 2010).

Desde la crítica al consumismo producida en los 1990s (Moulian, 1997; Larraín, 2001; Bauman, 1998), el uso del crédito era visto como una herramienta para la construcción del ser en la sociedad de consumo, basada en la incesante necesidad de desear y escoger. El crédito se constituye aquí como una decisión aislada, individual, muy apegado al sustento de estilos de vida e identidades personales. Por un lado, no se trata de negar la existencia misma de la sociedad de consumo, sino que más bien ajustar sus implicancias empíricas y discutir si realmente a cada segundo la sociedad de consumo nos obliga a escoger y descartar opciones. De hecho, el consumo ocurre en caminos mucho más mundanos y prácticos. Por otro, se trata de considerar al crédito como incrustado en dinámicas familiares y de menos “conspicuidad”, siguiendo a Veblen (1899). El crédito no es solo para adquirir cosas, sino que también es experimentado por los sujetos como un medio para estar socialmente integrado, dejar la pobreza, y ser alguien respetable. Para algunos es sobre tener una vida mejor, autoestima (para bien o para mal), y movilidad social.

El consumo -en tanto adquisición- y como se consigue o se financia ha cambiado. Hay múltiples canales, pero no todos los grupos sociales participan de la misma forma. De esta forma, el crédito tiene un gran impacto en la reproducción de desigualdades (clase, género, edad, rural-urbano). A pesar de que el endeudamiento es tratado como un problema social, el crédito es considerado como un activo por el neoliberalismo. Me interesa destacar dos aspectos de la llamada “democratización del crédito” que ha experimentado Chile desde los 1990s, que no es otra cosa que la inclusión financiera y bancarización de las nuevas clases populares. Primero, la valorización reciente de un “ciudadano consumidor” que pudiera tomarse el crédito de una manera más “responsable”. Segundo, lo particular de la experiencia chilena respecto a lo que he llamado la “retailización” del crédito, esto es, destacar el papel protagónico de las tiendas por departamento y los supermercados en la expansión del crédito, incrustando precisamente, las prácticas de crédito de los nuevos grupos populares en el campo de acción del retail.

Sin duda, el Estado y el mercado tienen un rol en la creditización de la sociedad chilena, tanto en la disponibilidad de crédito -como una política no reconocida (González, 2015)- como en las iniciativas de inclusión financiera y sus intentos de educar a la gente para tener un endeudamiento ‘saludable’. Ahora bien, mi enfoque propone mirar desde la economía moral y cultural cómo el crédito se ha insertado en prácticas domésticas diarias y los procesos de adaptación moral y estratégica que hogares despliegan para operar y justificar sus racionalidades económicas.

Hay por cierto una señera acumulación de literatura sobre el crédito y la deuda en Chile. González (2015) examina el consumo defensivo de los hogares “reales” de la clase media chilena, argumentando que, tras la financiarización del consumo, los hogares no sólo responden a la disciplina de las finanzas, sino que también pueden ejecutar proyectos de movilidad y bienestar, como los mejoramientos del hogar, entre otros. Barros (2008) levantó como tema el sujeto sobre-endeudado, que maneja nuevos marcos temporales para sus prácticas de consumo; Pérez-Roa (2014) investigó el impacto sociopolítico de los estudiantes de educación superior en Chile y su endeudamiento, enfatizando que surge una distinción entre “crédito bueno” y “deuda mala”, especialmente cuando el objetivo del crédito, en este caso, un título de educación superior no entrega los resultados esperados en el mercado laboral. Ossandón (2014, 2012) ha investigado las redes que hay detrás de los mercados de las tarjetas de crédito y la información que van produciendo los dispositivos sociotécnicos del crédito.

La financiarización ha sido el telón de fondo habitual para la mayoría de las discusiones sobre el nuevo capitalismo y las crisis financieras de los últimos años (Lazzarato, 2012; Montgomerie, 2009; French, Leyshon y Wainright, 2011; Roberts, 2013; Lazarus, 2017). En particular, una de sus corrientes da cuenta de la “financiarización de la vida cotidiana” (Martin, 2002) que supone la intrusión de las lógicas del capitalismo financiero y sus diversos aparatos en las operaciones diarias de los sujetos, impactando tanto sus racionalidades como sus subjetividades (Lapavitsas, 2013). Bajo estos útiles supuestos se ha presentado también la dinámica la “domesticación” de las finanzas por parte de los hogares, como por ejemplo Pellandini-Simányi, Hammer y Vargha (2015) ya que las lógicas financieras son “domesticadas”, por ejemplo, cuando las hipotecas son apropiadas e insertadas en relaciones ya existentes, y en maneras de hacer y pensar sobre la vida cotidiana. Las hipotecas impregnan el discurso cotidiano y las temporalidades y aspiraciones de los individuos, pero la financiarización es más una interacción entre estas dos lógicas -la lógica de las economías domésticas y la lógica de las finanzas- que cambia la vida cotidiana de las personas, cambiando sus rutinas, valores y prácticas. Langley (2008a, 2008b) y Marron (2007) prestan atención sobre las “tecnologías de financiarización” y su papel en el surgimiento de las subjetividades de los inversores y “sujetos autodisciplinados”. Centrándose en el seguimiento en línea que hacen las empresas de crédito de los sujetos financieros para predecir su solvencia, Langley considera que de esta manera el ámbito doméstico se expande hacia el financiero, porque los datos cotidianos y ordinarios -como las compras diarias- impregnan las redes financieras de cálculo. Construyendo sobre estos marcos, me enfoco en el individuo como la unidad económica de análisis para considerar los diferentes vínculos que los individuos tienen con sus familias en forma de obligación moral de provisión y cuidado, y otras relaciones.

Este trabajo por cierto se relaciona con estas investigaciones. ¿A qué hace referencia la moralidad en lo económico? La idea de una economía moral va desde los requerimientos normativos de fair play hacia las organizaciones económicas hasta los juicios acerca de la justicia social de una política económica en particular (Sayer, 2007). En el caso de la economía de los hogares, el entramado moral es muy difícil de desarmar respecto a las prácticas económicas, siendo difícil establecer distinciones entre motivaciones estrictamente económicas y motivaciones de otra índole. En este contexto, los actores evalúan sus propios intereses económicos y los del resto de acuerdo a sus propios marcos morales y a lo que se ha asentado como lo moralmente aceptable. La forma en la cual los hogares han lidiado con la expansión del crédito dista de ser un asunto de maximización individual de beneficios y más bien merece ser estudiada desde una comprensión cultural de los fundamentos de la acción económica. La aproximación desde la economía moral permite introducir normas, aspectos culturales y sentimientos en el análisis de la acción económica. Algunas prácticas económicas están ciertamente dominadas por un análisis de costo-beneficio, sin embargo, hay otras donde lo relacional es más relevante (Zelizer, 2012). De esta forma, la economía moral reconoce que, por ejemplo, en los hogares, hay diferentes motivaciones para la acción económica, como la obligación moral del rol de proveedor. No trasunta una visión normativista de la economía en lo absoluto ni tampoco es puramente optimista (Sayer, 2000). Reconocer fundamentos distintos a los de mercado en lo económico no implica necesariamente negar la gran influencia que aquellas lógicas tienen en vastas esferas de la sociedad, y, sobre todo, no significa trazar los males de un sistema económico exclusivamente hasta las perspectivas morales de los sujetos.

En referencia al concepto articulador de este texto, la normalización se refiere a la institucionalización y legitimación de una práctica material por parte de un grupo de personas, que la adopta y la adapta a través de diferentes microprocesos. En este caso, en primer lugar, la difusión del uso del crédito a través de todos los grupos sociales es esencial para apoyar la adopción de la práctica; en segundo lugar, sus modos de implementación o adopción tienen diferencias, entonces su agencia como individuos está involucrada, y no es una acción obligatoria; y en tercer lugar, su legitimación les permite integrar la práctica en sus rutinas cotidianas y en diferentes contextos, como el aprovisionamiento básico, las aspiraciones sociales y la educación. La implementación, el tiempo entre el momento en que una actividad se adopta y luego se transforma, puede incitar a las personas a evitar la actividad, hacer un uso no entusiasta o desarrollar un uso hábil (May & Finch, 2009). Las diferentes historias de reclutamiento y participación de las personas con las prácticas crediticias sugieren que la legitimación del crédito ocurre cuando los deudores y los deudores sacan conclusiones morales que los ayudan a elaborar un nuevo plan para la administración del crédito. Estos nuevos marcos implican prácticas materiales, justificaciones morales y adaptación estratégica. Además de las limitaciones estructurales, la normalización ha sido procesada por los hogares que producen cuentas moralizantes de su solvencia crediticia y sus formas de endeudamiento.

 

Metodologías

Este artículo se basa en una investigación centrada en las prácticas económicas situadas de los hogares en sus encuentros cotidianos con el endeudamiento. Se basa, principalmente en 46 entrevistas en profundidad con los jefes de familia de Santiago y Copiapó, definidos como aquellos a cargo de los asuntos financieros domésticos, además de otras entrevistas, observaciones participantes y análisis estadísticos son los instrumentos para producir y analizar datos. Me he focalizado en grupos de ingresos bajos y moderados, descartando una etiqueta de “clase media” para ellos, puesto resulta problemática y requiere una mayor elaboración, la cual desborda los objetivos de este artículo. No obstante, hago presente que estos grupos han sido catalogados como la “clase media vulnerable” o simplemente, la clase vulnerable. He preferido agruparlos bajo la etiqueta de “proletariado de servicios”, ya que principalmente he estudiado hogares cuyo jefe de hogar es un trabajador de poca calificación y que trabaja en áreas de baja productividad de la economía de servicios, como es el sector de las grandes tiendas. La muestra se subdividió en tres subgrupos: uno de trabajadores/as de casas comerciales, otro de micro-emprendedores (gracias a la colaboración de Fosis), y otro de diversas ocupaciones de rutina no manual.

Producto de esta investigación, se recogieron racionalidades, regímenes de valor y marcos interpretativos existentes tras las habilidades financieras, para identificar las estrategias familiares detrás del despliegue del crédito. Además de la exploración de las prácticas materiales de crédito, elaboro un conjunto de micro-narrativas socioeconómicas, las carreras de la deuda, que me permiten contextualizar la evolución de las prácticas de crédito, su interacción con lo social y familiar y las trayectorias económicas de familias e individuos. Esto es crucial para entender la legitimación del crédito dentro de la sociedad chilena.

En mi trabajo, me centré en ciertas prácticas de la vida económica diaria de las familias. Las tarjetas de casas comerciales, el préstamo de la “capacidad o poder de endeudamiento”, y los préstamos pagados por planilla. Estas dos últimas aparecen un tanto obscurecidas en las estadísticas sobre el crédito, pero son fundamentales para entender su legitimación. Además, elaboré un set de micro-narrativas socioeconómicas de los entrevistados, algo así como sus trayectorias de deuda, pero más amplia, considerando las implicancias sociales y familiares de lo económico. Con este material pude dirigirme a entender el proceso de normalización del crédito.

El concepto de prácticas usado aquí hace referencia a la teoría que intenta explicar la organización social y la agencia desde un mismo lugar. Nos remonta a conductas que se rutinizan, principalmente en actividades diarias, pero que son la cara visible de múltiples procesos: actividades físicas, mentales, objetos, un know-how, conocimientos de base y motivaciones (Reckwitz, 2002). El énfasis está en las rutinas y competencias, y cómo los instrumentos son usados y apropiados en maneras siempre particulares, mientras los ejecutores adaptan, improvisan y experimentan in situ. De manera similar, es una forma de resituar a los sujetos de crédito más allá de su perfil de individuos-consumidores tomadores de decisiones financieras, yendo a sus circunstancias materiales y sociales y a sus prácticas ordinarias (Warde, 2005; Gronow & Warde, 2001).

 

Resultados

En esta sección presento algunos de los resultados de la investigación en relación a la forma como las prácticas de crédito se normalizan a través de la legitimación moral que elaboran los sujetos crediticios, en particular los jefes de hogar del nuevo proletariado de servicios. Dicha legitimación moral consiste en un sustento coherente con la obligación de proveer una “vida digna” para las respectivas familias, lo que resulta eficiente para justificar tanto acciones económicas fallidas en el pasado como estrategias presentes y futuras en torno al crédito. Los diferentes involucramientos con el crédito sugieren que la legitimación ocurre principalmente cuando los deudores esbozan moralejas y otros contenidos morales tras incumplimientos y morosidades, que los ayudan a elaborar y justificar sus posteriores planes para “saber llevar el crédito”. Entonces, además de aspectos estructurales, la legitimación del crédito se apoya fuertemente en las mismas prácticas del crédito.

La normalización opera en varios ámbitos. No sólo vivienda, salud y educación se relacionan con el mercado del crédito, sino que también la planificación económica del hogar y el consumo ordinario, como ropa, útiles escolares e incluso la mercadería de la semana o el mes se hace más accesible con el crédito. Por cierto, mejoras en el hogar, vacaciones, tratamiento dental. El crédito es una herramienta para “hacer cosas”. Para los hogares de bajos y moderados ingresos, el crédito a veces resulta inevitable para “llegar a fin de mes” o para enfrentar crisis personales. En otras situaciones, los endeudados creen que el crédito es simplemente una forma normal de vivir la vida contemporánea. De esta forma, el peso de la deuda se siente constante y regularmente, casi sin reconocer cuando se inició el ciclo de deuda ni tampoco tener certeza de cuándo y cómo podrá detenerse. El peso de la deuda se hace más grande en los momentos de los “desastres crediticios” y la escasez de fondo para pagar, “cuando te pilla la máquina”, como más de un entrevistado definió. La tarjeta se ha tornado conveniente para las rutinas de la gente, aunque también es evaluada como un instrumento más impersonal que permite eludir elementos de vergüenza social o compromisos personales que incluyen otros instrumentos de crédito incrustados en la vida diaria, como el fiado o el semanero. El crédito “retailizado” es menos vergonzoso.

Lejos del ámbito del consumista-egoísta o del inversionista, estas familias usan el crédito para amplificar virtualmente su ingreso, para pagar por salud o educación, como un seguro de desempleo, para imaginar un futuro mejor o simplemente porque es materialmente conveniente. De acuerdo a los datos sobre las prácticas, los sujetos entran y salen de la deuda, lo que torna irrelevante finalmente la condición misma de deudor. La mayoría de ellas han sido, si no lo son o serán deudores.

Las familias deben ciertamente lidiar con artefactos financieros racionales y universales como tasas de interés, colaterales, mecanismos de crédito rotativo, y cupos de crédito. Por otra parte, dichos artefactos no pueden prescindir de relaciones sociales y culturales. La colonización de los hogares por las lógicas de mercado no es una incuestionable y binaria situación, sino que es un cambiante, matizado y pragmático proceso2.

Las narrativas de ingreso a las prácticas de crédito ofrecen algunas diferencias generacionales. Mientras los sujetos más jóvenes entraron al uso del crédito casi en paralelo con la entrada al mundo del trabajo, aquellos mayores vivieron la expansión del crédito cuando ya tenían una cierta trayectoria laboral. Esto implica que, en estos casos, el crédito se insertó en sus prácticas presupuestarias de una forma paulatina y usualmente moderada. Los individuos más jóvenes, en cambio, siguen un cierto patrón que indica que, tras su primer trabajo, vino casi inmediatamente sus primeros instrumentos de crédito y a continuación sus primeros desastres crediticios. Ellos tienden a legitimar con mayor fuerza el uso del crédito y a desprender de causas estructurales sus vaivenes financieros. Por su parte, los usuarios del crédito mayores debieron elaborar una serie de discursos morales para justificar su incorporación al crédito, intentando “domesticarlo”, tolerándolo, asumiendo ciertas imposiciones normativas y aspiraciones, y con ello tolerando también al capitalismo financiero neoliberal.

Aunque formalmente todo el crédito en todos los sentidos genera una forma de deuda, los usuarios nativos del crédito consideran que mantener sus estados de cuenta al día no es lo mismo que endeudarse; sólo cuando los saldos pendientes están fuera de control, está en juego el endeudamiento. Estos entrevistados más jóvenes abordan el crédito de una manera menos moral, más pragmática y tienden a abrazar más el crédito que los jefes de hogar más viejos.

“Conseguí mi primer trabajo en Santiago, y cuando obtuve mi primer salario, estaba caminando por la Alameda y me ofrecían tarjetas en todas partes. Era joven, fiestero, y usé todas las tarjetas y avances en efectivo en ropa, aparatos electrónicos, tuve mi primer auto, luego tuve que venderlo, caí en Dicom... Me tomó siete años sanarme de eso. Cuando me casé a los 29 años, estaba más o menos bien. Ahora estoy limpio, aunque igual tengo unos préstamos por ahí en la caja de compensación”, (hombre, 40 años, agente de seguridad aeroportuaria)

“Aunque no me gusta mucho deber plata, si uno tiene que recurrir a tarjetas de crédito o un pequeño préstamo, uno tiene que hacerlo. Habiendo dicho eso, debes aprender a manejar el crédito sabiamente y enfocarte solo en cosas que valgan la pena “, (mujer, 31 años, asistente de marketing)

“Hubo un tiempo en que tuve mucho trabajo; pagamos todas las tarjetas en su totalidad. Luego, la carga de trabajo disminuyó, por lo que apenas podía ganarme la vida, y tuve que usar tarjetas... En otra ocasión, solicitamos un préstamo puente para pagar los saldos de todas las tarjetas, pero no funcionó en absoluto, porque a medida que pagábamos, el cupo de crédito se abría, y lo usábamos nuevamente. Hay que saber cómo hacerla”, (hombre, 40 años, mecánico subcontratado en industria minera)

 El uso del crédito comenzó para mujer, 45 años, vendedora, antes de ingresar al mundo laboral. Se le ofreció una tarjeta de crédito en la universidad, cuando tenía 20 años. La primera vez que recibió un estado de cuenta de la tarjeta de crédito, no supo cómo pagarlo, por lo que terminó con una deuda pendiente y creciente durante el año. Los bancos usualmente captan estudiantes de educación superior para ofrecerles cuentas corrientes y tarjetas de crédito. Con un alcance más amplio, los supermercados y los grandes almacenes se dirigen con éxito a estudiantes, amas de casa y jubilados. En mi muestra, las amas de casa que ahora son emprendedoras de baja calificación ingresaron al crédito luego de ser abordadas por agentes de casas comerciales en la calle. Sintieron que fue por casualidad, esto es, solo por el hecho de que estaban vitrineando en una tienda o simplemente caminando cerca de una de estas tiendas. O sin siquiera solicitarlo en lo absoluto.

‘No la pedí [la tarjeta de crédito de casa comercial]. Sólo llegó a mi hogar, cuando era dueña de casa. La usé sin saber cómo funciona, pero pronto aprendí. 10 cuotas, precio contado, era una oferta adecuada para mí. Luego, me di cuenta de que al final siempre había cargos adicionales, como un seguro que yo no pedí, comisiones ocultas y gastos de gestión”, (mujer, 46 años, emprendedora de baja calificación)

 

Después de ser promovida, mujer, 26 años, empleada de una compañía de seguros, sintió que tenía que contratar diferentes servicios de lo habitual, y también sintió que tenía que gastar más dinero, incluso por encima de su salario real, ya que su límite de crédito se incrementó, sin que ella lo pidiera. Por lo tanto, después de unos meses de su aumento salarial experimentó un desastre de deuda.

“Uno siente que tiene menos barreras para tener más cosas, y comienza a pensar de una manera diferente. Empiezas a pensar que es solo una delicia, pero luego se volvió regular y terminaste gastando más y debiendo más dinero que nunca“ (mujer, 26, empleada de compañía de seguros)

Mujer, 54 años, vendedora de tienda, tuvo un desastre crediticio, pero ahora no tiene tarjetas. “[Fallé] porque mis hijos eran niños y me pidieron muchas cosas. Tan sólo pasó; usé una tarjeta, luego la otra, y luego otra para llenar el hoyo de la deuda. Tengo cinco hijos, así que hubo un momento en que me sentí muy abrumada. Luego, dije que no, que esto no es bueno, pagué todas mis deudas y dije nada más. Así lo hago ahora; solo compro si tengo el dinero, pero si no, no lo compro, o si es muy, muy necesario me consigo alguna tarjeta con alguien”.

Este caso ejemplifica dramáticamente la justificación moral de un desastre crediticio basado en la obligación moral de proporcionar a las familias en contraste con estar en deuda por cosas innecesarias y no esenciales. Además, el crédito no desaparece después del desastre de la deuda, sino que la práctica se adapta, o bien, la práctica adapta al usuario. La explicación moralizante del pasado deja de lado la responsabilidad de incumplir debido a circunstancias externas e incontrolables; en el presente, la visión moral enfatiza formas controladas y conservadoras de usar el crédito.

“Ordenarse” después de un desastre de deuda no significa liquidar las deudas, sino conocer y dominar el crédito. Alrededor de la mitad de los entrevistados se consideraron como una especie de “sobrevivientes”, proveniente de períodos de desorganización y sobreendeudamiento, tratando ahora de vivir sin tarjetas de crédito o con un uso mínimo, pero el crédito siempre es una preocupación permanente. La otra mitad tiende a presentar la deuda como la forma normal de hacer vida financiera. Estos relatos de “dar a mis hijos lo que necesitan” o “ayudar a mi familia cercana” están muy lejos de lo que la literatura económica suele describir como razones convencionales para incumplir. Enredos morales y materiales (sobre lo que es adecuado para endeudarse) se muestran en estas cuentas. Por ejemplo, a mujer, 43 años, cajera en tienda, le resultó particularmente inquietante que su yerno usara la tarjeta que le prestó para comprar gasolina. Ella usa tarjetas para comprar ropa en venta o para retirar cantidades menores de dinero para mantener el control de las cosas, pagando 40.000-50.000 pesos chilenos mensuales, por esa tarjeta. En ese contexto, una deuda de 400.000 pesos chilenos por gasolina era perturbadora e “ilegítima”.

Las lecciones de estos desastres de deuda dieron a todos los entrevistados un conjunto de conocimientos y significados. Los desastres financieros tienen diferentes magnitudes, que van desde el equivalente al salario de un mes hasta la pérdida de un automóvil o incluso una casa. Algunos de ellos provienen de fuentes externas, cuando las personas toman prestada una tarjeta y esa deuda no se paga, lo cual era extremadamente común. Es una deuda descontrolada. En todos los casos, después de su experiencia, las personas no abandonaron la práctica del crédito, pero trataron de mejorar su desempeño crediticio aprendiendo “cómo hacerlo”, y también elaborando sus propias formas de lidiar con crédito. Rupturas matrimoniales obligan a una mujer a ser más independiente económicamente, y también lleva a manejar diversas formas de apalancamiento de recursos, a saber, el crédito. En esos casos, cuando ocurre un desastre crediticio el objetivo legítimo era ganar autonomía.

“Podría vivir sin crédito, pero el ‘sistema’ no lo permite. En nuestra vida cotidiana, en la televisión, en las redes sociales ... hace 20 años era imposible pensar en ir a Brasil de vacaciones, pero ahora, si no te has ido, eres una persona aburrida “ (mujer, 52 años, vendedora de tienda).

La legitimación del crédito se ubica en una temporalidad específica. Hay un antes y un después, y para algunas personas esto se establece en paralelo tanto a su vida como a su carrera laboral. Antes, el crédito no era necesario; después, ahora, es necesario no solo porque la economía lo impulse, sino porque la familia y la sociedad han cambiado.

“En los viejos tiempos, si un hombre que ganaba el pan ganaba 200.000 pesos chilenos, el ama de casa tenía que lidiar con esos 200.000 pesos chilenos. Si dos o tres tenían que dormir en la misma cama, se hacía. Sin embargo, más tarde, aparecieron nuevas cosas y todo el sistema cambió. La gente comenzó a soñar con cosas nuevas y comenzó a pensar que era posible comprar una cama de 1.000.000 pesos chilenos. Yo digo que es imposible, es inasequible, pero algunas personas piensan de manera diferente y consideran que pueden pagar eso. Estamos tan desorientados porque ahora el salario masculino no es suficiente, entonces las mujeres tenían que ir a trabajar, dejando a los niños solos en casa, y los niños corren por su cuenta “, (mujer, 52 años, vendedora de tienda)

En esta narración mi entrevistado fija o elabora un período pasado en el que la norma se apegaba a lo que los ingresos de las personas podían comprar, produciendo una vida cotidiana austera. En la actualidad, la vida es mejor que 30 años atrás, pero también más riesgosa en la medida en que ahora es muy probable que las personas tengan o hayan tenido problemas con el crédito, como incumplimientos y penalizaciones. En estos relatos, nada en la vida se puede hacer sin crédito, casas, automóviles, educación; nadie tiene el dinero para comprar en efectivo algunos artículos, sin importar cuán intensa sea la relación que tengan con el crédito. A las personas les resulta difícil vivir sin crédito en su vida cotidiana: personas que usan tarjetas para casi todo, personas que pagan con tarjetas como conveniencia, personas que dependen del crédito para comprar artículos adicionales para la familia, personas que usan el crédito para enfrentar los altibajos de un ingreso variable, o personas que usan crédito para mimar a su familia. Las personas intentan salir del crédito y pueden lograrlo al menos por períodos cortos. Pero no importa el tamaño del ingreso disponible en el hogar, el crédito parece estar incrustado en las prácticas presupuestarias chilenas, en la medida en que es difícil imaginar la vida sin crédito. Los jefes de familia de mayor edad construyen explicaciones más estructurales sobre la inevitabilidad del crédito, mientras que las personas más jóvenes, o los nativos de crédito, son menos críticos y más propensos a producir justificaciones individuales sobre el crédito.

El crédito está presente en dinámicas familiares, participa en decisiones -como una maternidad que se pospone para no arruinar la postulación a un crédito hipotecario-, elabora y refuerza roles y sin duda afecta las relaciones -apareciendo en las celebraciones familiares, así como también en divorcios. Las familias van desarrollando distintas estrategias para manejar el crédito de acuerdo a las etapas que enfrentan y sobre la base de los desastres crediticios que seguramente han enfrentado y de los cuales sacan lecciones, pero nunca la de dejar el crédito. Dicho proceso es moral y racional. Se basa en justificaciones de lo que fue y lo que será, esto es, el bienestar familiar y la obligación de proveer. Esta moralización, junto con la normalización referida anteriormente, lleva a una resignificación del crédito en términos conceptuales y prácticos. El crédito no conduce necesariamente a deuda.

Sus marcos morales ayudan a organizar conocimientos, motivaciones y capital para continuar administrando el crédito. “Dar a mis hijos lo que ellos necesitan” o “Ayudar a mi familia en lo que pueda” son razones provistas por mi muestra de entrevistados para explicar sus morosidades e incumplimientos. El sentido común aquí es que el “crédito es bueno, siempre y cuando sepas llevarlo”. Esto significa manejar las reglas del crédito desde las finanzas convencionales, pero también reglas sociales como usar el crédito para lograr metas plausibles y legítimas, y también reforzar los propios arreglos materiales desarrollados a lo largo de sus trayectorias de deuda. La gente tiende a pensar que cuando otra persona fracasa en su manejo del crédito es porque o bien tuvo un descuido o bien “gastó el crédito en cosas superfluas”.

Los relatos moralizantes de cada entrevistado son esenciales para comprender los mecanismos de la economía moral del hogar. Proporcionan justificación para ingresar en el crédito, cómo usarlo y cómo no ser excluido. Los jefes de familia ponen sus obligaciones familiares de provisión como la razón principal para todas las cosas relacionadas con el crédito y la deuda. Sin embargo, diferentes discursos y prácticas surgen de acuerdo a cómo cada uno de ellos interpreta la diversificación social del crédito y sus aspiraciones de una “vida digna”. Aquellos que piensan de una manera más ambiciosa tienden a tener una actitud instrumental hacia el crédito. Por el contrario, aquellos que tienen una actitud resignada se atribuyen al crédito el beneficio de evitar la exclusión social. En todos los casos, la obligación moral de usar crédito es crucial. Sin embargo, no es meramente una justificación discursiva. El crédito está concretamente entrelazado en varias situaciones familiares, por lo que la interacción entre el crédito y los roles familiares se fundamenta en una base material.

El crédito es tanto un activo como una carga para las familias que las sitúa en una posición amenazante, pero aparentemente inevitable. De esta forma, no es el sujeto inversor quien emerge, como sugieren algunos relatos de la financiarización de la vida cotidiana (Martin, 2002), sino un “administrador de medios de subsistencia” cuyo principal objetivo es proporcionar y alimentar las aspiraciones familiares en la medida de lo posible, administrar el crédito sin morir en el intento o efectuar un control de daños cuando ha ocurrido un desastre.

La normalización opera tanto en la economía moral del hogar como en la racionalidad pragmática que construyen en las prácticas cotidianas del crédito. Las experiencias están conformadas por una variedad de relaciones socio-materiales, mercados, gobierno, familia, etc. Sin embargo, una relación sustantiva entre los hogares y el crédito está imbuida de un sentido moral. El crédito se ve en los hogares como un “acto sensato” en situaciones donde los bonos familiares, los proyectos y la supervivencia están en juego. En algunos casos, la disciplina, la responsabilidad y el orden son esenciales para prevenir el drama social; en otros casos, las nociones de resignación y legitimación llevan a las familias a desarrollar un sentido de solvencia crediticia, disminuyendo la autoevaluación moral del crédito, dejando el juicio moral para evaluar las deudas de otras personas.

¿Están las familias obligadas a vivir en deuda? La inevitabilidad del crédito conduce al uso del crédito de una forma u otra, incluso después de una crisis personal de deudas. Las prácticas de crédito son contradictorias ya que presentan un rompecabezas de oportunidades, peligro e inevitabilidad. Cada hogar tiene una forma diferente de resolverlo, de acuerdo con sus valores, racionalidad y habilidades. Al tratar de resolver este enigma, los hogares enfrentan algunas contradicciones. Por ejemplo, la naturaleza moral del crédito es variable, podría ser «buena o mala» en diferentes contextos, tiempos y situaciones; de lo contrario, el crédito podría verse como una inversión, como un ingreso, incluso como un bienestar; y la inevitabilidad del crédito llevó a usarlo de una manera u otra, incluso después de crisis personales de deudas.

 

Conclusiones

En este artículo he explorado el despliegue del crédito en la vida diaria y los asuntos prácticos que requiere su manejo, más allá de su relación con proyectos de largo plazo, tales como una hipoteca o un crédito educacional. Al mirar estas prácticas, estrategias y conocimientos he podido observar como sus contenidos sociales y morales han permitido la normalización del crédito. Este proceso no implica la generación de sujetos completamente individualistas, autogobernados o grandes apostadores en la “economía de casino”, sino que más bien se circunscribe a los procesos de tolerancia que las familias de bajos y moderados ingresos realizan respecto del capitalismo. Las circunstancias estructurales del capitalismo chileno y la normativización de ciertas aspiraciones completan el panorama donde los hogares adaptan y adoptan la financiarización de la vida cotidiana. El despliegue mismo de agencia en estas prácticas situadas resulta crucial para criticar la transformación de las familias en meros sujetos pasivos, consumistas y atomizados.

La “retailización” podría ser considerada una táctica de acceso que se ha consolidado propiciada fundamentalmente por el modelo de desarrollo vigente. En este proceso han participado protagónicamente los grupos medios, e incluso en los últimos años, segmentos más bajos de la población, en términos de ingreso. En el estilo de desarrollo socioeconómico de Chile de los últimos 35 años, se destaca el aumento relativo del bienestar para todos los grupos sociales con matices diversos y una consolidación del uso de parte de ciertos sectores de tácticas basadas en el uso intensivo y extensivo de prácticas financieras para llegar a dicho bienestar, de carácter diferenciado entre cada grupo.

Este concepto de accesos hace referencia a los elementos que hacen posible la concreción de los intereses materiales y bienestar, relacionando prácticas socioeconómicas y procesos de formación de clase. Si bien todos tienen el mismo interés de bienestar económico, son los diversos caminos para llegar a ello los que producen diferenciación social, así por ejemplo in extremis, tanto un directivo como un obrero tienen el mismo interés en su bienestar económico, pero evidentemente, tienen distintos caminos para llegar a ello, y es eso precisamente lo que los diferencia socialmente. En cierta forma, dicho razonamiento puede afirmarse sobre los modos de bancarización-crédito.

Más allá de vincularlo estrechamente con el fenómeno del consumismo o de ser un dispositivo de distinción o identidad, el acceso al crédito ha sido presentado como un mecanismo de una teórica movilidad individual, por diversos interesados del mundo financiero y político3. Es la manera de resolver individualmente los problemas de acceso que propone la sociedad actual. El endeudamiento puede ser visto como un mecanismo concreto de suplir el apoyo estatal en diversos ámbitos y también como una nueva forma de acceder a niveles de bienestar que usualmente son presentados como un ascenso social, dejando pendiente si estos grupos son ayudados por la bancarización o por los ingresos, o si en realidad solo se “crea” más clase “media” en torno al consumo, como lo sugiere el marketing y la segmentación de mercados, con el anuncio del nacimiento de nuevas categorías, como el mentado C4 o D1. La inclusión financiera ha sido señalada también como un elemento coadyuvante del desarrollo socioeconómico. Así, por ejemplo, la Fundación Capital -entidad que asesora los programas de educación financiera en Chile- indica que un 10 por ciento de incremento en los niveles de inclusión financiera puede lograr hasta un 0.06 en el coeficiente de Gini (indicador de desigualdad económica) y que un aumento de un 10 por ciento en el acceso al crédito puedo lograr una reducción de 3 por ciento en la tasa de pobreza de ingresos. La inclusión financiera ocurrió en Chile mucho antes que los programas de educación financiera empezaran a implementarse. Actualmente, no parece una coincidencia que las autoridades del Chile neoliberal enfaticen la educación financiera, cuando precisamente ha sido considerada como un paso más en la despolitización e individuación de los ciudadanos (Marron, 2014; Soederberg, 2012). El concepto de educación financiera se basa en el llamado homo economicus y su racionalidad económica y apunta a la creación de un ciudadano-consumidor responsable de sus propios actos y capaz de cultivar un endeudamiento “saludable”, como plantea el Sernac en uno de sus cursos en línea. Esto niega de cierta manera el conocimiento de los hogares, su “pragmática popular”, que combina diversos saberes. En cambio, la educación financiera tiende a considerar a los hogares como carentes de agencia y además ignora el rol de los proveedores de crédito, transfiriendo toda la responsabilidad a los consumidores financieros. Es necesario relevar las acciones de Educación Financiera del Estado, cuya convergencia en una gran estrategia es sin duda un gran avance desde el punto de vista de la eficacia administrativa. Sin embargo, entrega pocas convicciones sobre si es capaz de hacerse cargo del gran “elephant in the room” que son las razones estructurales que alientan el uso del crédito, a saber, bajos sueldos, salud pública inoportuna y la falta de grandes oportunidades para una verdadera movilidad social. ¿Pueden los “deudores” transformarse en un sujeto de acción colectiva? Sólo tenemos las excepciones de los deudores del CAE y la ANDHA Chile, cuya experiencia electoral resultó irrisoria, si se compara, por ejemplo, con el caso de los deudores hipotecarios de Barcelona, que llevaron a su líder hasta la alcaldía de la ciudad.

Anteriormente, el acceso al crédito se había transformado en un marcador social, necesario para aparecer como un actor ajeno a la sociedad de consumo (Klein, 1999). Todavía hoy, una buena historia de crédito es socialmente habilitante y legitima a los individuos. Algunos (Burton, 2008) ven en los reportes de crédito como una medida de ciudadanía. En Chile, definitivamente el “estar en Dicom” es un elemento crucial y determinante para la vida de muchos. No obstante, la necesidad del uso del crédito aparece un tanto disimulada respecto a otras estructuras del capitalismo chileno. Ciertamente, las complejidades de las prácticas de crédito, especialmente en grupos de bajos y moderados ingresos -en los cuales focalice mi trabajo- son parte de la meta-narrativa del discurso sobre la desigualdad que surgió a partir de los 2010s. Luego de que la desigualdad reemplazó a la pobreza en la agenda pública, después de décadas de privatizaciones y marketización de la sociedad, emergieron demandas por educación gratis, un mejor sistema de salud y finalmente un sistema de pensiones más justo. ¿Más Estado y menos mercado? El endeudamiento ha permanecido omnipresente, pero opaco a la vez, sólo brilla en los deudores del CAE; no obstante, está presente detrás de cada una de las demandas anteriormente señaladas. De todas formas, el crédito en Chile no ha sido para un consumo que busca mantener un statu quo. Tiene que ver en parte con la materialización concreta del proyecto neoliberal, con el discurso fundacional de Pinochet en Chacarillas (1977)4, donde se proyectó un Chile inserto en la sociedad de consumo; décadas después, por tanto, parece relevante destacar aquello.

Finalmente, se hace necesario explorar en detalle la relación del uso del crédito con las posiciones subjetivas de clase y los procesos de movilidad social. El crédito sustentaría procesos más complejos que un cambio de casa, que por cierto constituye una movilidad. Más bien apuntarían a la construcción de narrativas de movilidad, dejando la pobreza atrás. El crédito parece estar contribuyendo a la difusión y negociación de una “retórica de clase media” por las familias de bajos y moderados ingresos, especialmente cuando se comparan inter-generacionalmente. Dichos hogares evalúan su posición social sobre la base del mejoramiento de su calidad de vida -a través del crédito- de la misma forma que la inclusión financiera y el equipamiento del hogar ayuda a disimular la pobreza (FSP, 2010).

 

 

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1 Doctor en Sociología por la Universidad de Manchester, Máster en Sociología y Máster en Comunicación Política, ambos por la Universidad de Chile, y Licenciado en Comunicación Social por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente, es investigador adjunto del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES). Escuela de Sociología de la Universidad Católica del Maule. El autor desea agradecer el financiamiento a Becas Chile y al FONDAP 15130009.
Correo electrónico: alejandro.marambio@ug.uchile.cl

2 También es riesgoso negar el poder de la economía. No resulta conveniente afirmar que la vida económica está completamente incrustada en otras consideraciones sociales. Ello le restaría responsabilidad a la economía de mercado sobre cómo funciona la sociedad. Todo sería culpa de la gente, entonces. Sería darles la razón por completo a los economistas que contradijeron a un expresidente cuando afirmó que “el mercado es cruel”, al explicar que los crueles somos nosotros.

3 En este grupo podemos mencionar a Horst Paulmann, dueño de Cencosud, uno de los tres principales holdings de la venta al detalle en Chile, “El consumo con crédito sano es lo mejor que puede haber. La tarjeta de crédito del comercio es lo mejor que puede pasar. Yo le aseguro que las tarjetas han dado apoyo a la gente que los bancos no atiende”, en Emol.com, 24 de junio de 2011. Enrique Correa, exministro del primer gobierno de la Concertación (1990-1994) “El endeudamiento hizo que el país estuviera socialmente quieto”, en Radio Universidad de Chile, 22 de abril de 2013; y en el plano académico Tironi (1999) y Brunner (1998).

4 Durante todo el despliegue de la matriz neoliberal, se ha enfatizado sociopolíticamente la idea del ascenso social mediante la concreción de ciertos niveles de bienestar asociados a la tenencia de ciertos bienes durables, como, por ejemplo, el discurso de Pinochet en Chacarillas (1977), donde “prometió” cierta cantidad de autos, teléfonos y televisores por cantidad de habitantes, o bien, décadas después, los entusiastas análisis comparativos entre censo y censo, también con firma presidencial (véase, por ejemplo, Tironi, 2003).